1/9/14

Oceano (VII): La Serenidad y el Espanto

Algún compañero caritativo aparta de una patada seca la porra eléctrica del convulsionado cuerpo de Clío. El sufrimiento de la soldado no se desvanece por que la electricidad aun la recorre unos segundos hasta que la absorbe gimoteando y chocando los dientes con un feo sonido quebradizo.
Metis la contempla con desdén e irritación en su frío enojo.

Cuatro pares de brazos vuelven a sujetarla preventivamente temerosos de futuras represalias.

Extrañamente a ella no parece importarle lo mas mínimo toda esa atención, observando meticulosamente a la lisiada, impertérrita aun siquiera cuando el capitán Océano le bloquea la mirada.

- No deberías haberlo hecho, mi Aristoi - su tono mezcla pena y desagrado a partes iguales.
- Lo hecho esta hecho.
- Ya. Entiendo - cierra los ojos resignado - candarla provisionalmente - señala a sus hombres cansado - el resto de damas y próceres por favor acompañarme y por favor que sea pacíficamente.

Pontos parece dispuesto a replicar la decisión del capitán Océano pero es la mirada y la respuesta de Metis es lo que lo detiene.
- No esta muerto lo que sufre eternamente - sentencia como si eso explicara muchas cosas. Pontos la mira, mira a Kebren y este asiente.

Alguien la desnuda bruscamente y sin ceremonia le clava unos alfileres de bronce tan finos que no supuran la mas mínima gota de sangre. Punzan sus muñecas, sus hombros, los tobillos, las rodillas y las caderas y es doloroso. El encargado duda cuando recorre el torso cuajado de negras heridas mal cicatrizadas que le culebrean desde mas abajo del pubis al hombro como el beso podrido de una babosa. Enipeo le pide que prosiga con la cabeza mientras Kebren se debate sobre un metro de un lado a otro mirándola y sin poderla mirar. Finalmente otro de los guardias le atenaza el cuello con un collarín negro salpicado de varices broncíneas que impacientes conectan con hilos de plata arrollándolos sobre su cuerpo a las cabezas de los clavos estigmaticos que le han dispuesto.

La vuelven a intentar cubrir pero el limite de los nervios de los soldados esta traspuesto y no atinan a cuadrar su quitón masculino por lo que sin pensar me muevo y acabo ayudándolos y al final me quedo sola vistiendola.
Nuestros ojos acaban mirándose y no se lo que ve en los míos pero en los suyos contemplo y alivio beatifico, como si en verdad con el nuevo dolor le hayan quitado un peso.

Le duele, eso no lo puede ocultar, y eso le drena la gracia mágica de sus movimientos pero también me doy cuenta que esta muda y ciega. Sin embargo no parece menos consciente. Porta en su sonrisa un brillo que tranquiliza como si ya estuviera acostumbrada y transmite inspiradora serenidad.

Cuando nos empezamos a mover trasladados a través de de la calles y las avenidas aun estoy a su lado apelotonada en el grupo rodeado en el que nos hemos convertido y Kebren la guía y la sujeta con la paciencia y pericia de quien conoce esta situación de antes.

Tengo una extraña sensacion de familiaridad constante que sin embargo no se como encajar. La impresión de jugar otra vez un juego cómplice con diferentes sentidos del que no tengo ningún recuerdo y ella todos.
Afortunadamente su huella se atenúa con la distracción del movimiento.

Discurrimos entre dependencias y viviendas donde las gentes nos miran de reojo como vergonzosas, partiendo de unos tinglados y dársenas de excepcional calidad, un trazado de puentes y canales exquisitamente armonizado, un mercado grande y surtido donde los transeúntes se quedan sorprendentemente en silencio a nuestro paso, al menos tres distinguibles barrios artesanos, un hospital venerable y muchos rincones de contemplación, templetes y templos, suntuosos y sencillos en igual cantidad.

Nos detenemos un instante para que los miembros de nuestra escolta puedan adecuar sus galas. Parece importante y también Pontos adecenta su atuendo.
Esta rabiosamente guapo cuando Myla corrige la caída de su clamide de oscuro azul y le coloca el alegre sombrero de fieltro con borde redondeado que le he visto siempre usar.

Y rabiosamente serio también aun cuando por un momento abandone esa sombra para visitar el claro soleado de los besos a su esposa.

Mi mirada se anega con el tajo sanguinolento que aun perdura de mi feroz oración de anoche y se me trasluce por que él se me acerca lentamente con la consternación persistente en su contemplación dividida entre Metis y yo y los evidentes gestos que concita.

No obstante me desconcierta.

- Gracias - me susurra en gascón sin apenas centrar en mi la mirada si no en Metis.
- No... - dudo por que me esta agradeciendo. Escojo lo mas cercano - No me las des. Ella me me ha salvado la vida. - medito la pausa por que el me mira de reojo y espontáneamente caigo en que no por Metis, ella es solo tangencial, por quien me ha hablado.
- Oh - me avergüenzo y quiero decirle mas. Quiero hablarle del presagio - Entonces...
- Ahora no. Catástrofe es si sabemos demasiado.
- Pero...
- No. Mensajes nos dan los Dioses pero no un camino encadenado - mira a Myla y a Betriz. El peso de la muerte esta es ese gesto pero no la certeza de a quien corresponderá la carga.

Lo siento en eje de mis huesos como una vieja balada que se oye al mirar..
Empero no nos da tiempo de mas palabras.
La guardia ya se ha preparado y nos insta a proseguir la marcha.

Myla y Pontos se cogen de la mano y ya nada parece poder separarlos.
Sobre Metis no hay ninguna tormenta ni fuera ni dentro de su aura. Kebren reclama ese momento placido y la carga en brazos y ella le rodea el cuello con sus brazos descansando la cabeza en su pecho.
Betriz rodea la cintura de su madre pero los soldados la ordenan separarse.

Ella es la invitada de honor de esta fiesta y su prisionera mas importante.
No les importa que tenga que afrontarlo sola.

Bueno no a todos. Enipo Oceano no parece dispuesto a sumergirla en ese abandono y aunque sin el calor de la familiaridad de sus padres y amigos la conduce ofreciéndole caballerosamente el brazo.

Es un gesto sencillo a la par que simbólico. No dudo que el titanide a elegido ahora marcar a todos así su pronunciamiento. Y por los murmullos no pasara desapercibido y tendrá enmienda.

Betriz lo acepta confortada y desluce menos su peplo ceremonial de doncella azul aguamarina, ribeteado de esmeralda y plata oscura.

La marcha retoma el movimiento, con la chica a la cabecera, seguida por sus progenitores y después nosotros.

Yo camino casi sola, sin definida sombra vigilante, como clasificada con el cartel de insignificante. Ni siquiera se han preocupado de despojarme de mi anfismela cuando a los demás los han desarmado.

No es que despeje la negrura de mis tribulaciones, el evento ya esta claro fuera de mis posibilidades, pero rozar el pomo de hueso del cuchillo me da entereza, quizás por que me evoca la presencia de Asier y el toque de su trabajo y de Annette que le ayudo. Ni siquiera pienso que pudiera con el defenderme pero si me reconforta en la tesitura visceral e inhumana que cada vez es mas intensa.
Me reparo en la compañia de esos dos chiquillos que la diosa ha dado gracia a que ame y vea crecer y alejo los malos pensamientos de ellos. La oigo cantar en mi mente, a la pequeña Nette con su pelo trasquilado y su carita de ardilla y siento el ritmo de Asier acompañandola con el ritmo de los golpes en la madera de la mesa de nuestra tienda.
Mi cabeza me asegura que es muy posible pronto morir o sufrir un final peor que la muerte en este lugar pero no me siento lejos de mis hijos y me amolda una calma serena contagiada del caminar por la senda del destino.

Me doy cuenta que una de las mayores inquietudes es la ausencia de música. Para tener un aspecto ceremonial nadie esta interesado en soplar un triste pifano o cantar una plegaria aunque sea lúgubre. Somos una procesión bastante siniestra para ser un acontecimiento de nacimiento. Ese vacío nos cubre de una irrealidad de vergüenza muda que ni siquiera conozco en los lugares de hadas mas abyectos.

Es un sabor que te aborda en los tres aspectos: vigor, animo y gracia y te los consume.

Así que mientras ando escoltada como un cordero repaso la raíz de mis compromisos consciente de que no los he cumplido o no necesitara estos mantras: Hacer lo correcto. Despejar la duda. Distinguir entre el bien y el mal. Sostener la sabiduría. Vivir todo ello.

Brotan de mis labios en la sorda letanía que desfila una y otra vez al mismo paso sincopado de nuestro periplo.

Descendemos gradualmente y en ocasiones de forma intensa dando círculos y rodeos cada vez mas abundantes entre los ramales de agua retorcida.

Acudimos a estancias que se abren bruscamente a la confluencia abarrotada de otros pasajes. Pasamos simas excavadas a duras penas para evitar la unión de los apéndices arbóreos y que inducen el retraimiento instintivo de quienes traspasan dichos portales conscientes que el roce con la mínima porción de ellos puede alterar de raíz tu espíritu.

Al final me enfunda el rumor lejano de un hilo de voz misterioso de tiempo inalterado al que no rige medida de paso. Me abraza con un manto que no te carga y seria imperceptible si no alcanzara un punto de resonancia en mi maltrecha mano derecha que parece evocar el salmo sin letra de cada estancia hasta alcanzar la mayor de todas que parece nuestro destino.

Hay una tendencia en el pasillo a desbocarse como un bostezo finamente tallado y de improviso el vaciado se convierte en un inmenso complejo cavernario de múltiples tonos de color sembrado aquí y allá de esas impresionantes estalactitas retorcidas de agua consistente que se retuercen desde sus brotes del techo hasta su madrigueras abajo a ras del nivel en el que estamos.

En el centro una fugaz visión del cono de la copa invertida del tronco del Árbol nos recibe.
Me estremezco soñando despierta la inabarcabilidad de aquella existencia que semeja no dejar de propagarse hacia el cielo enterrado sobre nosotros a miles de metros por encima y mas allá de la superficie del Atlántico y hacia las profundidades vestigiales de vapor, oscuridad y fuego eterno.

Sin embargo para mi alivio y pena no nos dirigimos en esa direccion y conducen nuestros pasos hacia uno de los salones  perfectos que rodean el eje de las Estancias. Un lugar de prominencia desbordado del brillo pálido de la luna llena.

Intuimos que la sala alberga una nutrida muchedumbre que conversa y también discute. Solo se hacen visibles al abordar una escalinata del mas blanco mármol de plata. Sera una media centena sin añadir al grueso de la tropa que nos guarda.

Nos detienen en el borde de la ciclopea escalinata visiblemente gastada por el trasiego durante siglos. Nos sentimos apiñados cuando soldados y escoltados son conminados a apartarse.

El aire de la travesía sagrada que iniciamos en Gernsey se ha transformado en tortuoso aroma de odisea aciaga que se filtra con claridad desde la sala.

No es algo físico aunque en su termino sacude el cuerpo con la visibilidad del temblor de la tensión.
Se acumula en Metis y en Pontos, como un animal atrapado bajo la garra que lo aniquila en ella y como el hombre que lo entrega todo en el: Calma, Fe, Lealtad y Amor incondicional encomendados a la Justicia Sagrada.

Las emociones saltan de ellos a nosotros sin filtro y no puedo contener la fuerza de lo que impulsan sin marearme. Aquí no hay mascaras que los resguarden.
Han pasado días sin pegar ojo. Hay tics nerviosos sin ligaduras. Hay un abismo brusco en los espíritus que pulsa con la incertidumbre de con que se van a llenar incrédulos de haber tenido que llegar hasta este lugar simbólico y físico.

Myla, Pontos, Metis, Kebren... Están todos temiendo perder ante la vorágine de un monstruo a lo mas querido y los entiendo y lo saben y por eso estoy aquí con ellos.

El coloquio lejano al parecer concluye y le sigue los ecos del aleteo encrespado de calzado y ropajes, que casi a continuación se abre a nuestra contemplación en las formas de una solitaria mujer menuda acompañada por un apenas un muchacho de ojos vivaces y cabello castaño, espléndidamente pertrechado para la guerra moderna por arsenal y blindaje.

Su amparada hace visiblemente una disminución en el ímpetu de su retirada y se alisa las vestiduras con gesto preciso de sutil desaire. No hacia nosotros creo si no hacia aquel que la este observando marcharse mas allá del rellano. La mujer nos mira, no a los soldados si no a nosotros apiñados en grupo y se que nos contabiliza y sabe lo que mira. Su juventud es engañosa como la de Metis y en sus rasgos se descarga la rompiente de su aureola recogida.

Sin embargo de desentiende de nosotros marchándose lenta y parsimoniosamente como si nos ignorara y es el desdeño del mar ante la carne en las rocas que se romperá en su próxima embestida. No es así con su acompañante que nos dedica un breve gesto de reconocimiento.

Cuando su caminar se pierde la pregunta silenciosa que pende sobre escoltados y guardianes no se diluye.
Uno de los soldados me insta a avanzar pero percibo que no para seguirnos.
Un titanide de torbo aire de superioridad despide de frías maneras al séquito de guardias sin disimular con sus gestos que a partir de este lugar el propósito de la situación les supera.

El Enipeo Océano lo contempla masticando el insulto y meditando si tragárselo o no. El chambelán parece irritado por su indecisión lo que despliega un brillo de furia en el soldado y una intensidad peligrosa en su mirada.

Mira a Pontos y a Kebren y sonríe y he visto esa sonrisa decidida otras veces. La del jubilo de desprenderse de un picor malsano.
Le ofrece al camarlengo las armas de mis compañeros junto a la suya como si fuera un criado.

- He empeñado mi palabra en proteger el bienestar de la dama y la mantengo.
- No es necesario Capitán - protesta el hombre que le mira con desprecio - vuestro honor queda satisfecho en este momento y en este lugar por la autoridad de los Dos. Por favor retiraros.
- No he oído que la voz de Océano sea inferior a la de tus amos - comenta sin maldad el muchacho mas decidido de lo que aparenta su edad y prosigue cogido aun del brazo de Betriz - mantengo la palabra bajo mi responsabilidad.

El oficial de la casa no se altera, aun que es sutil la marca del agravio. Le mira a él y a nosotros como a lo que me parece ganado y sonríe con disciplencia. Es como si la linea del ultimo peldaño fuera una frontera y a el no le importara lo mas mínimo el destino de quien la trasponga.
Nos señala en direccion a la sala mientras salmodia con elegante dicción su parlamento de acogida.
- Bienvenidos entre los muros de la Candela Nocturna, Santuario de la casa de Febe y hogar incomparable de los parabienes de los Dos. Bienvenidas y Bienvenidos y que se abran sus desprendidas visiones tanto a consagrados como a impíos.

Me pregunto por que es tan preciso con esta selección de las palabras.

- Soy Anfitrión del Fulgor y de esta casa. Por favor, hagan la bondad de seguirme hasta sus Soberanos.

Con todo el aspecto de miel de sus palabras su tono es de hierro cortante.
Mas mujeres y hombres armados de talante diferente a los de la escolta refuerzan su requerimiento.
Ascendemos la escalinata en su totalidad para bañarnos en la luz inmortal de la luna que luce en el fondo de la estancia en la cúpula con un rostro arcaico y diferente al que conocemos.

El lugar abarca un gran espacio hueco redondeado en los bordes y algo oblongo similar al interior de una geoda blanquecina tan grande como una montaña pequeña del que cuelgan las escamas del desaparecido cuarzo. No es diáfana. Hacia uno u otro extremo hay construcciones, similares a casas y jardines colgantes de lánguidas plantas pálidas y cascadas musicales todo perfectamente hermanado para el disfrute de los sentidos y la expresión del mensaje de magnificencia.

Hacia el centro existe una grada y una oquedad cupular muy chata en el techo de la que cuelga un mural espectacular de la luna en todo detalle con la representación de su estado actual y la estela difusa de aquellos que ya transcurrieron. Ahora se muestra creciente y a la sombra de su luz se hace patente el pedestal del trono bisitial donde se muestran dos figuras investidas de porte imperial e imponente, juego real o juego de luces, Mujer y Hombre rodeados de una media docena de sombras togadas y al menos diez guardias de élite con modernas armaduras completas.

Hacia allí nos destinan a seguir ascendiendo de espaldas al eje central, el tronco del Árbol, al que la grada y el sitial apuntan no se si con veneración o posesión. Es un estrado de grisácea madera petrificada de lo que debió ser un viejo tejo antediluviano donde reposa toda la estructura. Una bancada para sentarse labrada como el bosquejo cambiante de los sueños y las pesadillas como imágenes difíciles de cazar para el ojo despierto o para que que no esta acostumbrado. No es un asiento construido en piedra si no en el efluvio calcinado de las profecías coaguladas en ceniza casi liquida.

El dueño de tan espectral solio se alza a nuestra arribada con ademan regio pero magnánimo. La mujer que lo flanquea no nos dignifica con tanta cortesía, solo sonríe divertida como si le escena le comprara un placer largamente codiciado. Un deleite tortuoso asociado a la vetusta ara que preside la audiencia junto a ellos.
Un bloque blanco, mal cortado, como sacado de una era brutal arte que torpemente trata de disimular capas de vellón blanco.

El altar inspira un estremecimiento con su olor acre a fluidos corporales, dolor, sufrimiento y sexo.
No es mi primer ara de sacrificios. No sera el ultimo pero la visión descarnada de este aviva el fuego frio que consume mi corazón desde el principio desde la boca del estomago sin darme cuenta y cuya llama nunca se ha apagado aun habiendo cruzado la esencia de mi espíritu con noches venideras sin dormir con la llamada del espanto.

La gélida sensacion que me conjura pesa en mi ser por mis actos y mis no actos hecha furia acusadora.
No ha habido vuelta atrás en el ascua de la vergüenza forjando blando acero inscrito en todo el ser por lo eterno con las dos únicas palabras necesarias

'Nunca mas'

Un sacrificio impulsa una cantidad de fuerza libadas en las preces del acto y de la inacción, de la liberación veraz de lo valioso y la negación esforzada del instinto de retención.

Son claves ineludibles: Regalo, reconocimiento, respeto, rendición. Aspectos concretos que lo convierten en en justo y limpio a los ojos de los Poderes. O que lo pervierten. Puedo estar equivocada pero es la voluntad de abandono por la fe despierta lo que da el verdadero tesoro. La entrega a tu Dios con la sincera asunción de las consecuencias.

Un animal, un vegetal, o un objeto son trasuntos del valor para el que los esta cediendo el oferente.

Un humano, despierto en la inteligencia es la prenda completa, si se entrega en fe verdadera.
Es la mayor ignominia si por lo contrario esto se le roba. Se degrada la chispa divina que nos une con lo Inmortal.

Mis puños se cierran enfurecidos.

Contemplan la resaca de otro sacrificio impío. Un pecador que reconoce su pecado en los actos de otros.
Niego por siempre la inacción mientras mis ojos fijan el horrible sagrario a través de rendijas cada vez mas finas.

Siguen la linea de los clavos de acero bien fijados y las correas níveas de cuero trenzado. Nuevas. Usadas. Un artilugio de terror inmaculado.

El único negro entre el impostado albor mostrado en este espectáculo macabro es la renegrida sierpe de sangre coagulada construida con hilos morboso derramados una vez, y otra y otra y tantas veces diferentes, de tantos cuerpos como yo puedo hoy, sin necesidad de conjurarlo puedo verlos hasta que se me nubla la vista de rojo y en los oídos me ruge la cólera del espanto.

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