18/8/20

Océano (XXII): Fin y Principio

La niebla besa a la mar en calma y al terruño oscurecido, con el arrebato de pasión de un romance. El sonido de la campana de la iglesia de Sark serpentea por su interior pregonando la misa de Nochebuena. Y nuestras miradas chocan con sus carnes etereas, opacas y frías buscando el santuario de los muelles.

La "Ola" encuentra el destino de este día que se desvanece, más por intuición que por pericia. El roce de su costado con la mole del muelle de Maseline es casi una caricia guiada por las manos del timonel de nuestra nave.

Un mimo amable y casi inaudible en el silencio del océano y la noche. Ese silencio solemne que te agarra por debajo de la garganta inclemente.

Annette en mis brazos se afana por seguir siendo valiente y no escapar llamando a su Lobo. Mis pequeños besos y el tacto de mis dedos intentan que el miedo infantil a esta necesaria parada no la domine.

Teníamos que llegar a Sark. Teniamos que venir a Sark.

Asier parece entenderlo, bastante más serio pero no menos tenso. Hacia tiempo que su mano no me resultaba tan cálida y familiar.

A veces me mira cuando cree que no lo veo. Lo sé. Qué está sintiendo y como lo asimila se me escapa.

En cierta manera intuyo que está en parte contento y en parte preocupado. Con todo, hoy mira al frente consciente de lo que va a suceder.

Una voz masculina asalta la tranquilidad marina desde las pilastras elevadas y, su dueño, aparece desde una larga escalinata por entre los jirones inquietos de la bruma. Le acompañan un par más de figuras remolonas.

El eco se distorsiona en el tiro de una oquedad que apenas se entrevé.

-¡Ah del Barco!. Venga esos cabos, marineros - brama con un pesado acento ni ingles ni francés para mascullar cierto enfado después - Ya podían haber atracado en Creux. Maldición...

-¡Guidaly! Déjate de zarandajas y apúrate antes de que nos cambie la marea. Cuando antes acabemos antes os podéis ir a cenar.

-Ya va. Ya va. Señorita Preboste.

La campana de tierra adentro duda y deja de sonar y la figura más menuda, la que la otra llamo preboste, se santigua retirándose la capucha de su abultado abrigo. Recupera sus manos de los bolsillos y conecta una luz portátil que socava las entrañas de la niebla y la oscuridad.

No sonríe, inmersa en pensamientos igual de profundos que los de todos nosotros, pero desde su puesto en la larga escalera de hormigón que queda al descubierto saluda a sus conocidos desde la luz.

Kebren trajina con los hombres del muelle asegurando nuestra nave y Metis y Rhea pasan la pasarela.

Pontos aguarda protegiendo los bultos a su lado, asegurándose de que no se humedezcan las mortajas.

Los dos hombres que nos ayudan desde la dársena no disimulan el resquemor de sus miradas. Pero miran atrás y el viejo pescador Guidaly les conmina a que sigan.

Rezongando, aseguran los cabos lo suficientemente liberados para la marea y preocupados como si se fueran a contagiar se apartan hasta el muro de hormigón y piedra.

La mujer que los lugareños antes conocían como Betriz, la pequeña de Myla Printemps es la primera en poner pie a tierra.  Su paso es cauteloso, coartado por los sentimientos encontrados, que entiendo, bullen en su pecho.

Finalmente ambas chicas se deciden a fundirse en un abrazo y noto el eco menguante de Betriz aun presente entre la imposición de la incipiente Rhea de Rhea. El afecto sincero de ambas se baña en las lágrimas nacidas en el silencio y en el consuelo mutuo. El crujir manso del oleaje muestra un instante de tregua.

- Gracias, Ilvie. Gracias por todo - agradece simplemente Rhea.

La atribulada Ilvie, se recompone y se sincera con ojos trémulos y murmullos irregulares - Es tu madre Biz. No podría no darle más.

Betriz aflorada en Rhea le acaricia la mejilla y por un instante ambas comparten mensajes minúsculos con las frentes unidas, las manos en la nuca y los ojos cerrados, los ambarinos rizos de la preboste de la isla y los mechones aclarados de la titanide encortinando sus confidencias.

Los lugareños están evidentemente incómodos y es Pontos el que les cede algo que hacer aunque no es que les ponga mas alegres.

- Por favor ayúdenme - les apremia a que le echen una mano con el primero de los dos cuerpos. Dekatria no es visible debajo del primoroso vendaje y la funda de protección de su embalsamamiento. Los presentes instintivamente les dejamos paso libre para que los azorados porteadores suban la escalera con cuidado pero visible urgencia. Quieren acabar con esto lo antes posible. Para ellos es fácil. Los demás solo hemos empezado.

El gesto del anciano es de  compartir la carga con Pontos pero este le rechaza la ayuda amable pero firme.

- No será necesario, August. Yo la llevo a Ella.

El cuerpo de Myla está extrañamente hermoso. No parece más que dormida y el aroma que desprende es una bocanada de primavera en medio del invierno de la noche.

Pontos la sostiene en sus brazos y tras él ascendemos el resto de la comitiva. Rhea e Ilvie. Kebren y Metis. Nosotros tres y el viejo Guidaly que ora por lo bajo una letanía ininteligible.

El mar de Océano queda atrás para sumergirnos en el reino de la isla de Sark, rico en olor a tierra, barro y hierba heladas.

En la cumbre del muelle un remolque de cuatro ruedas con un percherón abrigado espera con un par de ataúdes oscuros.

Kebren y Metis relevan a los hombres reclutados por la preboste y les liberan de sus obligaciones que la muchacha concede con una ligera inclinación.

Lo mismo interpela para el viejo pescador, Guidaly, que nos estaba precediendo - Discúlpeme Sita Verschoyle pero me gustaría acompañarles hasta el final - niega la orden el hombre - Conozco a la familia hace tiempo y me gustaría mostrarle mis respetos - su gesto humilde lo dirige a Rhea y Pontos.

Después le señala un lugar en la parte trasera del transporte.

- Aquí estará mejor, cofrade.

- No te preocupes August. Yo estoy con Ella.

Con una ternura lúgubre Pontos sube al espacio despejado con los restos de su mujer en su regazo, entre el intercambio de miradas de intranquilidad que nos ofrecemos Kebren, Metis, Rhea y yo.

Con convicción algo precaria les envío un gesto de asentimiento para apaciguarlos.

Hacia más de tres años en que no coincidía con mi antiguo amigo, y las cosas habían cambiado en él más de lo que podía prever con cambios que se le han abalanzado encima con demasiada ferocidad. Pero no sé muy bien por que confían en mi criterio para saber como esta.

Puede que para ellos la proximidad sea un freno que piensan yo ya no encuentro, pero no creo que sea más claro mi discernimiento que el de los otros.

El hombre que amé, el hombre que amaba a Myla, a Betriz y a Elia está esparcido a pedazos que se pudren desde el centro del Océano al mar del Canal. Pedazos de su alma que no acertamos a saber si se regeneraran.

Personalmente dudo que vuelva a ser el mismo. Lo ví en sus ojos esta mañana mientras se disponía a amanecer. No hacia más que derivar hacia él. Sintiendo en que le debía una disculpa. Por... no sé... por estar viva o por que no lo estuviera Myla.

Al final tropecé con él en el camarote y no supe que decir. No supe si había algo que decir.

Él le leía al cuerpo yaciente de su mujer, mientras este se iluminaba bajo retazos de la aurora, fragmentos de un libro muy usado con el fervor de quien cree que sus palabras aún son escuchadas y he de decir que con un tono y un significado que me conmovió el alma recién recuperada.

Todas las cosas tienen una raíz y un tope;
todos los eventos, un final y un principio;
quien entiende correctamente lo que viene primero y lo que sigue, se aproxima al Camino

En el aire se quedó la huella de su voz antes de detenerse al darse cuenta de mi presencia. Me miró de hito en hito, con esa  introspección mutada que ya no reconocía, pero a diferencia de la última ocasión no vacía. Le habita una nueva versión de una vieja luz melancólica y rotunda. Una que reclama Ajuste y que lo abarca con Rectitud y Claridad.

Es una luz que no tiene vuelta atrás por que ha trasformado la presencia del Amor en rescoldos de otra fuerza y están forjando otra forma en su Alma.

Si me lo hubiera encontrado así seis meses antes me hubiera acercado a intentarlo arreglar, con palabras seguramente equivocadas, y el resultado sería peor por que seria falsear lo que debería ser.

Hoy sé que es lo que es. No juzgo si está bien o está mal. En un espectro de la comprensión de los nexos entre la Gracia y la felicidad y los estigmas de la providencia.

Nuestros ojos se confirman mutuamente aunque por una vez exprese en viva voz los sentimientos.

- Solo vine para ver como estabas. No se si puedo ayudarte. Pero estare ahi, lo estamos todos, para hacerlo.

 - Eres una buena mujer - me respondió con el entendimiento en la cara. Después se volvió hacia el rostro perlado de sol de invierno de su amada y yo lo volví a dejar a solas.

Hasta que llegara el momento, él la contemplaría, la sostendría, absorbería las esencias y los recuerdos comunes y se prepararía para las vicisitudes del siguiente paso.

Ahora, al ascender por la cuesta del puerto en medio de la oscuridad,  no veo las caricias de Pontos pero sé que las está ofreciendo, y que la fortuna y la fe hace que sean de un desconsuelo lucido y no de una atormentada locura.

Son pensamientos que me hacen apretar la mano de Asier al recuperar recuerdos de un ayer nunca olvidado en el que creí perderlo. Y es el apretón de Annette sobre mi cuerpo en igual sentido.

El trote ligero de Ruth nos marca el ritmo de la procesión por las crestas y paramos de los despoblados bosques de esta isla diminuta del Canal.

El ambiente parece desear estar en armonía con nuestro ánimo pero, el eco oscilante pero ininterrumpido de las voces que cantan la venida del señor, reconfortan entre el silencio y la oscuridad.

Mi niña no es que tenga frío. Realmente está asustada. Comprendiendo temerosa lo que ha pasado y no entendiéndolo. No en la profundidad que tanteamos los adultos pero si en la simpleza de su mirada más limpia. No sabe encajar por que  la muerte le puede arrebatar a su madre o a su hermano o a las personas.

La silueta atribulada de la amiga de Betriz se retrasa de la estela del carromato con la intención de hablarnos.

- Mi hogar es vuestro y no temáis en pedirme cualquier cosa que necesitéis...Hay algo de cena y camas para todos. Yo... No sabía si querríais un velatorio...Yo...

Kebren la abraza con delicadeza y aprecio.

- No habrá velatorio. No como se estila - nuestro compañero suena sereno pero no impertérrito - Les daremos descanso esta noche y celebraremos sus vidas mañana junto al solsticio y la buena nueva de nuestras Fes.

- No pararemos en casa entonces y bajamos directos hasta Hogsback.

- Pararemos en tu casa. Tenéis invitados que no deberían trasnochar.

Ella reacciona y rehaciéndose mientras se limpia la comisura de los ojos se presenta.

- Vosotros debéis ser la familia Unzaga - dice formalmente ofreciéndonos la mano - Soy Ilvie Verschoyle, la preboste de Sark y amiga de vuestros compañeros y vuestra. Gabrielle ¿verdad? Y ellos son tus hijos.

- Hola. Me llamo Annette y él es mi hermano Asier - se presenta educadamente como siempre mi monito pelón - ¿Por qué eres un preboste? ¿Qué es?

- Una forma antigua de decir alguacil o sheriff. Lo soy por que soy la mayor y la responsabilidad viene en la familia.

- Yo también soy la mayor. ¿Tengo que ser alguacil? ¿Si eres sheriff donde están tu pistola y sombrero?

La mujer se ríe tiernamente y se apremia a contestar - El sombrero es más bien un gorro y se me ha despistado traerlo. No pensaba que haría tanto frío ¿Verdad que lo hace? - hace una pausa mientras caminamos - En cuanto a la pistola. Tengo una pero solo por precaución. No hay crímenes de verdad en Sark, gracias a dios. La mayor parte de mi trabajo es alguna borrachera, de vez en cuando ovejas y turistas extraviados, casi siempre a la vez; las representaciones de verano de la caza del felón y las reuniones mensuales de concejo - se frota las manos - la policía oficial está en Gernsey. Yo solo soy un Operativo Especial.

Se encoge de hombros - El tiempo realmente lo paso corrigiendo manuscritos en varios idiomas para un montón de editoriales y ayudando a mi hermana a arreglar los motores de los barcos y los generadores de marea y de cualquier cosa que se estropee en la isla.

Hablar parece darle una entereza que se le resiste por debajo en el silencio.

Parándose a pensar un instante al final responde a la otra pregunta - No creo que tengas que ser nada especial por el legado de tu familia. Sark es muy peculiar a su manera y también sus costumbres. Pero no son las de ahí fuera e incluso aquí están cambiando. Tú deberías elegir lo que realmente te guste. A mí me gusta ser preboste.

- Yo quiero ser como mi padre. Él protege a la gente - luego se me abraza con un ímpetu demasiado fuerte - mi mamá me protege a mí y, mi hermano y yo, a ella. ¿Mami queda mucho?

Las casas empiezan a despuntar, algunas con impresionante despliegue de tamaño.

- No creo cariño - le digo acariciándole el trasquilado cabello al tiempo que interrogo a nuestra anfitriona

- No queda mucho - dice señalando la explanada - nuestro hogar no esta muy lejos a la derecha. Entre la cafetería, los restaurantes y el mueso. Enseguida entraréis en calor. Mi hermana tendrá la calefacción dispuesta.

Efectivamente el camino no es más largo que unos minutos entre comercios cerrados y restaurantes caldeados pero desiertos.

El sonido de la celebración de nochebuena se presenta desde un punto detrás de las casas de piel gris de piedra y puertas y ventanas blancas.

El edificio ante el que nos detenemos tiene un farol iluminado y despunta sobre la tienda de enfrente con su planta baja y su alto techo en punta de pizarra. La chimenea desafía a la humedad nocturna.

No es grande en comparación con los ejemplos circundantes pero resulta agradable. El carromato aparca en un despejado a pocos metros de la puerta y en ella nos aguarda una figura imbuida en negro de pies a cabeza, cabello, jerseys, cubretodo, pantalones y botas que nos ofrece unas mantas cálidas que deben haber reposado junto al fuego.

La muchacha, algo más joven que su hermana prioriza la puesta en calor que las salutaciones y los afectos.

- Hola soy Claere - y cuando se da cuenta de la niña envuelta en mi capa nos apresta - Entrad. Entrad por favor. La chimenea esta a la derecha.

- Gracias - le contesta mi hijo - me llamo Asier y ellas son mi hermana Annette y mi madre Gabrielle -  y no veo su mirada pero si la respuesta de la chica de asentimiento. Hay en ella una dureza practica esculpida en su nariz afilada, sus ojos azul hielo y sobre todo en la tensión de sus labios.

Nos escolta hasta la estancia del hogar de la chimenea para verse atrapada en la ola retrasada de abrazos y ademanes cariñosos del que solo el de Betriz es recibido con calidez.

Y aun así algo en ella se nota perturbado. Lo nota. Nota el cambio en su amiga y no se alegra.

En cuanto tiene la ocasión, o si no la busca, se desembaraza de ellos y acaba escapando hasta el fuego reconfortador.

Por un instante su perfil responde a la tranquilidad que invita el ambiente y la atmósfera que se debía  respirar. En un rincón preponderante alumbra un árbol navideño y las figuras de un belén simple descansan en el dintel de la chimenea.

Annette está preguntando si puede asar patatas entre las brasas como en Chartres para los renos de San Nicolás cuando la chica da un respingo y las dos cruzamos las miradas un instante. Veo el peso del aprendizaje de la profundidad en los míos y la puñalada de dolor no deseado pero intenso y la rabia indiscriminada contra el mundo empezando por mí.

- No es justo - escupe y sale disparada a perderse a otro lugar. Asier hace ademán de interceptarla, comentar algo o simplemente reaccionar pero se retiene y lo veo pensar y aseverarse sobre lo que acaba de pasar.

- ¿He roto algo mama?¿Se ha enfadado por lo de las patatas?

- No creo, Cariño. No es eso - le separo varios mechones esquizofrénicos de la frente - Me parece que es otra cosa - le digo quitándole hierro e intercambiando una rápida mirada con Aiser. Él mira la puerta por la que se ha ido la muchacha pensativo - ¿Tienes hambre o te pones el pijama y te acuestas para ver lo que aparece bajo el árbol mañana?

- No tengo hambre - juega con la verdad mi niña. Sé que no ha probado bocado en varias horas pero la excitación de la mañana de navidad, aun en este lugar extraño, le da alimento. Enfrentada a mi gesto de tierna incredulidad al final cede. Un poquito - ¿Tienen galletas? ¿De esas de jengibre?

- Lo voy a preguntar - le prometo arropándola en la manta - ahora tápate bien y comeremos algo antes que mama salga un rato. Mañana es Navidad. Y estoy segura de que con lo bien que te has portado este año - Diosa, lo que hay de cierto en esa frase y lo me mueve por dentro - no faltaran regalos bajo el árbol. 

- ¿San Nicolás sabe donde estamos?

- Claro - le asiento con una sonrisa amorosa - es un Santo. Sabe esas cosas.

También tiene teléfono y amigos voluntariosos dispuestos a hacer que este día siga siendo especial para Annette, aunque Marion no quiso contarme que es lo que le mandaba. La única adversidad fue lidiar con las empresas de transportes, cosa que se arregló cambiando París por Londres como punto de partida para que todo se acelerara.

Con algunas preguntas y un poco de movilización sencilla en poco rato estamos picoteando algo de carne con puré de verduras tibio y galletas, estas si de jengibre, con distintas formas. En el trajín no encuentro a Asier y los demás se alimentan con pocas palabras. De detrás, la misma dirección por la que había desaparecido su hermana, Ylvie aparece con la cara  paciente de quien la situación no le viene de nuevas. Tomando algo de un plato sin mirar apura confidencias con Betriz.

- Vie... ¿Cómo lo lleva Ce? - la otra chica agita la mano quitándole importancia a la preocupación de su amiga - Se le pasará Betriz. Es que le está costando más de asimilar lo de mama. Se calmará y vendrá con nosotros - le dice con un afectuoso apretón en el brazo - Detrás del enfado quería a tu madre muchísimo. Ya lo sabes.

Betriz tratando todo lo posible alejar la solemnidad de Rhea le asiente - Ella también.

Parece que el resto del rato, la tensión accede a aflojarse y aprovechamos para cenar frugalmente, y compartir conversaciones mundanas.

Permite el lapso que nos enteremos de que realmente la fuente de ingresos de las dos hermanas, es la instalación y el mantenimiento de generadores mareomotrices de varias compañías constructoras de prototipos y la revisión de la generación de potencia eléctrica para todo Sark. También que, como era de temer por los comentarios, su madre falleció de una larga afección cardíaca no más que hace un par de meses. Fallecido su padre a una edad temprana la única familia que les resta ahora es el excéntrico tío de la antigua linea gobernante en la isla (al parecer no hace tanto tiempo que dejaron de ser todo un feudo), al que nebulosamente describen como diletante. Nada que ver con el dueño de la tierra, un millonario aun más rapaz que los políticos (palabras textuales) que de vez en cuando visitaba su castillo en un islote al lado de poniente de la isla.

Myla y la familia Printemps habían entrado a congeniar tiempo atrás con los Verschoyle partiendo del ocasional intercambio comercial de hierbas y verduras a una sincera relación de amistad cuando con el despunte de la enfermedad de Morican, la madre de las muchachas, Myla se aprestó a cuidarla.

Muchos de estos temas quedan apuntados con alfileres en cruces de conversaciones y anécdotas. Muchas de ellas misteriosamente enlazadas con una quimérica selección de futbol donde Kebren y Pontos, para regocijo de Metis y todas las féminas presentes menos la que relata, fueron "enseñados en humildad" por los voluntariosos lugareños.

El ambiente se distiende lo suficiente para que Annette se olvide de que es otro lugar extraño y con su infantil versatilidad se entretenga y nos llegue a animar. Los adultos respetamos esa ingenuidad y reservamos la solemnidad de lo que va a venir a un prudente recaudo.

Siento inquietud por la ausencia de Asier aunque algunas miradas y gestos apaciguadores, sobre todo de Metis, me piden que no me preocupe. Solo Pontos y el viejo Guidaly son los únicos otros ausentes, aunque el marinero fugazmente tubo la precaución de entrar a por algo de sopa caliente.

Saciada e incitada a claudicar, preparo para dormir al Monito Pelón, y la según las indicaciones amables de Ylvie, la arropo en un cuarto en la planta baja con un inmenso butacón y una magnífica cama de colchón de lana. Al ocuparlo el olvidado ultimo habitante de la casa levanta su morro vedado por mechones lanudos de pelo de perro rastafari y nos recibe con un ladrido seco, que suena a bienvenida.

Ahí va. Es un perro con manta de ovejas - describe perfectamente Annette. Ylvie se ríe y con reverencia nos presenta al animal

- Este es Odd. Odd esta es Annette. Va a ser tu invitada - el animal sacude su infinito bosque de rastas blanquecinas con un gruñido - Odd es un Komondor, mi perro pastor y ayudante del preboste. Nos lo regalaron cuando algún inconsciente creyó gracioso traer un par de perros lobo sin licencia. Ya cumplió su misión pero aún nos gusta ir a pastorear las ovejas, ¿verdad chico raro? - comenta la chica al tiempo que le rasca detrás de las orejas -. Es un amor con los críos. Vigilara la casa mientras estemos fuera.

Tras una inesperada necesidad de negociación y el acuerdo tácito de que a la mañana siguiente Annette y Odd serian policías de cabras de la mañana a la noche, consigo arroparla para que se duerma. Apenas hace falta una canción de los lemmings de Grizzy para que respire regular y pausadamente. Realmente estaba muy cansada.

Al volver al salón con Ylvie y el magnífico Komondor, los demás se levantan y dejan de hablar con una mujer madura, presentada como Riette, a la que acude la mole peluda. Ylvie le da las gracias discretamente por quedarse de guardia, mientras el resto se preparan casi sin ruido alguno. Asiento a los interrogantes. Es la hora.

La humedad se ha incrustado en el frío y cala al abandonar el calor de la casa.

Al menos la niebla se ha diluido por efecto de una callada brisa. La calle en la semi oscuridad parece pedir que esperes a la mañana para ver su completa hermosura.

El campanario confirma que ya nos hemos adentrado en la madrugada. Científicamente ya es el día de la Natividad pero honestamente todos aquí sentimos en nuestras entrañas que la verdad sigue otras reglas.

Metis se coge de Kebren y se apoya en su hombro envolviéndose los dos en sus capas. Rhea e Ylvie se adelantan hacia el carro detenido delante de los deslucidos presentes navideños de la tienda de enfrente.

Claere y Asier aparecen desde la oscuridad de los patios traseros compartiendo piezas de ropa para combatir el frío y una vieja y enorme manta. Ambos se deslizan pensativos hasta nuestra cercanía pero guardando una distancia tolerante.

En el fondo se escucha el crujir de los arreos y cling de las piezas metálicas de carro que echa a andar tirado por el sobrio caballo percherón. Me he aprestado a trascurrir el extraño recorrido sola pero el fiero contorno de Pontos se arroba a mi costado en silencio. Apenas compartimos una mirada consecuente antes que los pies obedezcan el primitivo impulso de caminar siguiendo a la comitiva.

El faro de silencio que es la noche a medida que nos vamos adentrando calle a bajo en las afueras del terreno urbanizado parece más real que la misma objetividad de la humedad y el terreno y sus olores fríos y vegetales.

La oscuridad, cada vez menos molestada por los tenues focos y farolas, se siente más cómoda al paso que avanzamos dirección sur. Primero al seguir las pistas de tierra apisonada pero después abandonados a los caminos menos oficiales que conducen a la joroba elevada de Hogsback.

Llega un momento en que ni siquiera el carro tiene permiso del terreno para circular. Coge en ese momento Pontos el cuerpo de Myla es sus brazos. Con las fuerzas que ha ido destinando para ello. Kebren está haciendo lo propio con el de Dekatria

Si una travesía de introspección no había sido suficiente para incitar mi consciencia los últimos trescientos metros adentrándonos en el terreno sagrado de la emanación de la Primavera consiguen aflojarme el tapón de la tensión en la garganta. Es como el fruto de la canción de Sihisoara pero con el pliegue obtuso de encontrarse tres tumbas abiertas en el frescor del campo.

Sin embargo el velo de calidez ajena a la época y el aroma de las germinaciones en efervescencia torna la caminata de gélida a soportable. Aun a pesar de lo que esta a punto de ocurrir.

La sombra de tres tumbas remata un pequeño claro coronando la cumbre de la sinuosa ascensión. De fondo el mar empuja su voz subiendo el batir de sus olas contra la roca por la garganta de una pequeña olla rocosa.

Es un hermoso lugar envuelto a la vez de ánimo y tristeza. Algunas piedras dan anónima fe de anteriores sepulturas ya ajadas. La última residencia de los linajes Printemps sobre el abrazo de la tierra.

El viejo marinero parece reconocerlo santiguándose.

Por un instante tan largo que me cuesta no acusarlo contengo el resuello sacudida por la inminencia del momento. Asier es el que me trae al mundo de la respiración desde el extravío de la emoción.

- Madre, puedes hacerlo. Debes hacerlo. Lo sabes.

Beso su cálida mejilla, perdida para la causa de los anhelos de maternales de que no se deje una barba y asiento.

Me libero de tensión estirándome y descubriendo la cabeza trasquilada de su cabello hasta ayer largo y ondulado. Pontos y Kebren ya se me han ido adelantando y menos segura de lo que hubiera insistido en vislumbrar les sigo hasta las fosas.

Cuidadosamente, Kebren deposita el cuerpo yacente de la mayor de nuestras hermanas con el rostro descubierto para que al final pueda contactar con la tierra. La difunta parece descansar por fin, emigrada a un lugar lejos de las garras del destino maldecido de su primigenio Progenitor. La muerte aparece como un merecido balsámico descanso.

Descanso que tiene la presencia en Myla de estar a punto de concluir y que en el más breve momento nos recibirá abriendo los ojos.

El aroma de la tierra se mece con su constante olor a distantes flores abiertas. Y sin embargo la muerte reside en ella con la propuesta de otro aspecto.

Al final de la línea estoy yo, animando el caso paradójico de una segunda oportunidad. Muerte de pie y en tregua. No ausente. Proverbial.

El acto cariñoso de la despedida ya se está desarrollando en las manos de Metis y Kebren y en los abrazos, susurros y besos de Pontos. Un rostro y otro empiezan a desaparecer en el abrazo del regreso de los terrones desgajados a su lugar de procedencia.

La compostura del descenso de Myla a su postrera morada arreglada por su marido y su hija toma unos comprensibles instantes de más.

Asier me frota el hombro para ayudarme a despojarme del manto liberando el glauco atuendo fúnebre dispuesto debajo.

Lo vuelvo a besar en la mejilla y lo estrujo en un eterno abrazo. El reconfortante hálito en su espíritu me acompaña aún cuando el contacto termina y me deja respirar. Lo hago profusamente. Es una sensación de posteridad y termino.

Entonces me giro y salto. Está tan oscuro que puedes imaginar que no hay un final. Si hay barro, blando y sorpresivo. Suficiente para provocar que me desequilibre y caiga de rodillas y sobre los codos impregnándome de tierra y humedad. Y algo de dolor. Que con el paso de los latidos es el único foco de luz. Una iluminación interior y cadenciosa de explosiones en rojo.

Me detengo un segundo antes de interiorizar que si me detengo a pensar la esencia de lo que vine a confirmar. No lo dejo reposar y el foco del dolor me ayuda.

Me doy la vuelta. Mi espalda reposa sobre el foso y la tierra me abraza. Nada se ve en todo el contorno. Si no fuera por la solidez del terreno podía estar flotando en el espacio. Tengo que parpadear para asegurarme que están abiertos mis ojos.

Es cuando la lluvia empieza. No de gotas de agua. Su tacto es más fino. Su peso más liviano. Como un roce. Hebras de cabello. El mismo que antes de llegar cortamos y que Metis guardo para esto.

Si ella está ahí arrojándolo lo sé por pura intuición lógica de la necesidad de una mano implicada en ello. Nada. Nada en el ojo. Nada en el oído. Apenas una caricia en el tacto. Ni siquiera el frío.

Hasta el límite comentó la Titanide. Hasta recibir el Fin y alumbrar el Principio.

Debe haber pasado el tiempo o he perdido el sentido de controlar su paso. La quietud es un manto.

Siento como me estoy apagando.Un concepto concienzudamente vago. No saber que esperar. La dificultad de mantenerse despierta.

Como un abrazo plegado de la tierra. Su mano como un manto.

No se puede empezar un fuego sin una chispa o preocupándote de que tu preciado mundo se desmorone.

La primera vez que la he rezado de la forma correcta. Con el intercambio de entrega y escucha.

Antes notaba como una puerta, ahora como un respaldo. Un aliento al que no deseas decepcionar.

Por que es más importante Ella que todo lo que anhelo. Que el terror a que no me abandone.

Que el miedo a que no se muestre más que la Nada.

Desciende la confusión sobre lo que ocurre. Hasta derretir el tiempo. Llevárselo aparte.

Es de día cuando mi vista tiene enfoque de nuevo pero casi no lo puedo ver. Mis ojos están anegados de lágrimas. No lo pueden evitar.  Es la reacción a la sensación visceral de sentirse amada, aunque sea severamente, fluyendo desde todo centro. Sin saberlo de otra manera explicar.

El rostro de Asier enmarca el hueco sorprendido y, enseguida después, aliviado. Leo en sus labios que me llama con el apelativo con el que usualmente lo hace pero, esta vez, más tentativo que firme. Le asiento con el rostro y la vista guiñada de humedad y sonrisa que se asienta en mi boca. El perfume de una sustancia, ajena a la sepultura antes de entrar en ella, anega ahora mis fosas. Es como un bálsamo de resina de cedro y el esplendor de la mirra y sobre todo miel fermentada. Al incorporarme noto el tacto de una capa de partículas que me cubre, transparente y casi imperceptible. Del manto de cabello que me arropaba no queda ni rastro y el color de la tela alba de mi sudario se ha tornasolado en una mancha oscura que se derrama diluyéndose desde mis hombros en todas direcciones, primero negra, luego azulada y para dejar el blanco, no inmaculado, en los bordes.

Al levantarme es como si continuara derramándose, conducida, aun, por la intersección de la percepción con las emociones. Indecisa, como una mancha en el agua en el trayecto de levantarme, hasta quedar firme cuando me quedo alzada.

Siento el frío de una mañana de gélido animo como un apéndice lejano a la apreciación principal de la piel, la respiración, o la vista. Me irradia una serenidad de fuego álgido.

Se alarga al estirar el brazo en busca de la ayuda de mi niño,...niño no, hombre ya con todo el equipaje que la edad le ha entregado.

Ambos nos sonreímos mutuamente y lo completamos seriamente fundiéndonos en un abrazo de bienvenida y de consuelo. El flujo de los ríos diminutos de aliento que mis hijos ofrecen al mundo por regalo de la primavera del Feudo vuelve paradójicamente a mi que lo había deshonrado y lo experimento como una embajada que es resaltada en la voz que me sustenta.

Has dejado legados de sombra pero también de reminiscencia de la Gracia que también queda.

No los defraudes. Nunca más.

Las desenfocadas figuras que aún aguardaban se terminan de definir al buscar el relevo de mi hijo en sus abrazos. Los tactos son feroces encumbrados con la piel invisible de los hálitos de la divinidad que los reafirma. Perceptibles en el ámbito de excepcional consanguinidad que comparto.

El de Kebren surca tormentas, excitación eléctrica y la primera vida por debajo de mi piel tan diferente a su acostumbrada calma proverbial. Rhea, aun impregnada de los retazos pálidos de Betriz, irrumpiendo en rojo femenino y visceral como el mordisco pletórico de la matriz que gesta y hace nacer, y sacudiendo el aviso de lo que en contrapartida he llegado a perder.

Metis es Metis, constante en la mutabilidad de su locura, y sin embargo honesta en la satisfacción que empuja contra su colera perpetua. No es posible desentrañar si lo que la excita es la definitiva venida de una nueva hermana o la perspectiva futura de lo que imagina me va a hacer. Me asusta y sin embargo la sostengo entre los brazos por que no puedo imaginarme ahora no aceptando su abrazo.

El mismo deseo que me embarga con el cuarto miembro de la familia aun arrodillado en la humedad de la hierba con el espíritu aun en un punto a dos metros bajo el suelo. Aunque los gestos de los demás son sutilmente de disuasión por un largo rato me quedo allí mirándolo como si la intención de consuelo pudiera volar en el aire del prado. 

Quizás llevada por mi imaginación en algún momento creí percibir una mirada fugaz, de soslayo y una levedad de asentimiento. El sentimiento de necesidad de Pontos de estar solo un poco más en la despedida de su amada se me filtro con calma y encamina mis torpes pasos hacia el otro extremo del prado. Los corros y las conversaciones salpimientan a los presentes. Asier habla en voz baja con Cleare y las amigas de la infancia intercambian lloros y mimos mientras se van alejando. Metis mira atrás y me sonríe torcidamente antes de apuntarme extrañamente en otra dirección y hundir su cabeza en el pecho de Kebren. 

Tonta o manipulada por mi loca hermana Titanide no logro evitar mirar hacia donde ella mira. Al principio pienso que ha jugado conmigo como comienzo de su retorcida versión de nuestra relación, por que solo me enfrento a llanura helada y rasgones de bruma en un vacío tranquilo y espectral, pero entonces en el borde de la percepción la llego a ver. Es una figura encapuchada, tiesa y penetrante. 

Sus ojos son las dos ascuas de una invitación y una pregunta y tengo la intuición de que se me ha ofrecido en sacrificio para responderla. Contemplativa mis pasos descalzos me llevan hasta ella. 

Por que es una ella. Con propiedad no podía ser de otra forma. El aire le da besos y el terreno y la vida en ellos son una extensión silenciosa que le pertenece y al mismo tiempo no exige. Huele a arroyos cantarines y el romper de florecimiento de millones de flores. Irradia voluntad de reverdecer y un giro hacia luz pero sin embargo hoy, con mucha nitidez, empañado.

Ella es la primera del linaje Printemps. La abuela de Betriz y la madre de Myla. Ella es Primavera y su tensa sonrisa no es buena.

Me mira fijamente a los ojos y transpira una actitud de respeto que no es para mí. Deslizando la gravedad de su vista hacia la tumba extiende su emoción hacia las palabras.

Gracias. Significó mucho que le ayudaras a volver a Nosotras - hay verdadera agitación en su tono. Y furia. El hueco de la luz en su cabello se hace agreste y oscuro. Dentro de mí la colera hermana asiente. Está hecha de gusanos de enojo y se afila en la dirección idéntica a la Ascendiente mientras responde - Los Cronidas padecerán el tormento que han Conjurado. Uno a uno. Sin descanso ni refugio.

Después perecerán hasta desvanecerse - en los labios y en el aire las palabras no eran una sentencia. Era la realidad enunciada únicamente a falta de llegar. El silencio aguanta el aliento alrededor.

Luego la figura abandona la vista de la tumba y me vuelve a mirar pero esta vez si a mí. Su tensa sonrisa consigue que se me remuevan las tripas y se me cierre la garganta.

Te dí mi favor y lo malograste - su mano clava los dedos en mi rostro sin aparente presión pero como una garra - No solo eres tonta si no mezquina. Pero al menos tuviste la sensatez de legarlo - suaviza el vitriolo en su enfado mientras mira en la otra dirección. El eco de su resplandor camina alrededor de Asier como un aroma solo ahora visible por un momento.

Destrúyelo. Hiérelo. Aráñalo. Vuelve a ser así de estúpida y requeriré de tu Ama que me ceda tus despojos - manifiesta con una tranquilidad perturbadora. Más cuando sus rasgos se suavizan - Ahora se nuestra herramienta para que se haga lo correcto - me suelta con delicadeza y siento toda su ira apenas bajo la piel del gesto. Una colera que me hace llorar conmovida sin esfuerzo. 

Lo que es primero y lo que le sigue no tiene que ver con lo que piensas ni crees que tu voluntad domina si no con lo que te domina. A lo que perteneces. Mis ojos se posan en la distancia que arroba la silueta brillante de Asier filtrada dulcemente hacia su acompañante. Penetran más allá y más lejos sin magia alguna para imaginarme y ver a Annette y Asier en mi centro, con el desasosiego maridado con la alegría de estar con ellos, de verlos en el mundo, de sentirlos lanzados a sus futuros y lo superpuesto que el universo existe por debajo. El terror y el dolor que es solo imaginar perderlos. No por que sean tuyos. Por que eres en ellos. Esas son las lágrimas que entiendo. 

Lo que ella Primavera experimenta al respecto queda velado por el juego de sombras. Se aleja mirándome de soslayo y llevándose solo el calor y dejándome la tristeza. Una Voz sin labios.

- Aprende. Aprende rápido. Nunca dejes que esto ocurra. Nunca permitas que lo destruyan. Suma. Crece. Tu Ama te espera. Una última vez. Disfruta cada gota.

Se detiene en la frontera entre la oscuridad del bosque y la luz del alba.

- Y Venga. Venga a las que han sido quebradas. A las que su tesoro ya solo va a saber a hiel. A las que la bondad le ha sido mutilada.

- Véngame por que si no solo se conocerán malos tiempos. 

- Tú sabes el dolor que es. Tú lo sabes y has sido tú misma la que lo has dado - siento su roce en el vientre vacío y marchito - multiplícalo por lo inconcebible para saber como es lo mismo violentado - lo siento con todo -  Ve. Arréglalo.

Me tambaleo como si hubiera recibido una paliza sin descanso. Ella ya no esta. Pero el Fuego bulle contestandole tras donde no se me permite verlo pero si sentirlo. Trastabilleo y no caigo solo por misericordia. El sol despunta por el mar y me baña. 

Me arrebujo en el clamide y ando en la dirección de los demás lentamente. Son apenas cincuenta metros por que Metis está allí esperándome con Kebren ligeramente detrás y Rhea expectante. El aura cambiada de Pontos se acerca a mi espalda. 

Con toda la sensación esquizofrénica de su afinidad conmigo el refugio del abrazo de Metis es lo que necesito y busco. Ella no lo deja morir. Me acoge con una ternura fraternal que no le había visto antes. Me acoge asintiendo por que sabe.

- Oh, Gabrielle. El Fuego Camina contigo. Ya lo ves. - me susurra -  No dijiste su nombre en Vano.

Noto la mano de Kebren y de Pontos sobre mis hombros. El abrazo compartido de Rhea. La mano de Asier. Luego solo el calor balsámico de mi niño, mi hombrecito, mi Ser arropándome y luego los ladridos de una cosa peluda y grande y el abrazo apasionado de Annette pugnando con el de su hermano.

Las campanas de misa llaman al día. Es el día de Natividad. 

Cojo al Pequeño Mono en brazos y camino de vuelta al pueblo con lamano de Asier en la mia. Hablamos de regalos encontrados debajo del arbol y de otras cosas mundanas y no por eso poco importantes. Conversamos con Cleare de su proyectos interesantes de hidráulica y pastoreamos con Ilvye a la carrera sorprendidas cabras y ovejas.

Caminamos despacio hasta la casa de la Proboste. Yo con una tranquilidad largamente desacostrumbrada. Hacer que el panico se se me suba a la cabeza me haria volverme loca. Y eso solo un Principio. Pueden precipitarse los acontecimientos de muchas formas. 

No me engaño: "Solo aquellos que desafían sus peligros comprenden su misterio" y se que la tarea no acaba de empezar solo que nací en la parte que me estaba esperando. Por tercer intento y definitivo.

Y que el desenlace no va a hacerse esperar mas.

Me rio por dentro sabiendo que quisiera llorar pues cuando el dia de mañana llegue aparecere con mayor halo aun de mal aguero para estropear lo que esten disfrutando lo demas. Quizas debiera esperar a mas alla del veintiocho.

Metis tiene razon. Somos Monstruos. Solo lo mosntruoso aguanta esta carga. O los Divinos. Pero ese camino lo dilapide ya. Por dos veces. Ese camino es mi deber dejarlo incolume para los otros.

Con Sacrificio. Ese es mi Fin. Y mi principio. La Señora lo ilumine. Hasta que me consuma.