1/9/14

Oceano (V): Las Flores Ignotas

Cuando la Ola de Ámbar atraca lo hace en un incomodo silencio.
Aun maquinalmente ocupados con las ultimas tareas de amarre las miradas de los Titanides no dejan de otear hacia todas direcciones. Están alterados y es como como escuchar el trueno que vendrá antes del quiebro del relámpago. Instintivamente giro sobre mi y miro sobre mi hombro el cuerpo anfitrión del Árbol y sus ocultas ramas.

Hay...¿Que? ¿Un rumor? Es algo que no me recuerda nada que haya escuchado previamente y lo siento un viejo conocido en los pliegues mas profundos de mi espíritu. Semejante a un nombre a punto de pronunciar del que dudas manifestarlo.

Pero no se fija o se interrumpe o por un largo suspiro creo que nunca ha estado aquí y vuelvo a mirar al frente. Quizás haya chocado otra vez con el Flujo de Metis pero ni siquiera esta a la vista.
Me centro en las cosas pequeñas y en el saber mundano.

El latir de mi palma de la mano y el chirrido mental de la herida y el paisaje en al que estamos llegando.

Un par de hombres, un anciano y apenas un muchacho aparecen vestidos con ropas funcionales, pantalón y camisa, desde otras dársenas para ayudarnos a amarrar el barco.

Pontos les saluda y les pregunta.

- ¿Cual es vuestro nombre maese?. Hace bastantes estaciones sin que se nos permita el hollar de nuevo el hogar. Por los Siete que me avergüenzo de no saber a quien estoy saludando.
- Aparcero Asterio, noble Aristoi, no maese. Y este - señala - es el joven Brillo al que aspiramos hacer un aprendiz, su Aristoi.
- Aparcero o maese, recibid la buena nueva del Sol de Arriba y que proteja y bendiga a vuestra familia - Pontos les ofrece una sincera reverencia - Por otra parte don Asterio podrías iluminarnos sobre un asunto del puerto ¿Sabéis donde se encuentra el Rector Océano, Procer de los embarcaderos? Espero que no le haya ocurrido un percance en nuestra ausencia.
- ¿Ves, peazo de rulo? - le espeta el anciano al cohibido muchacho que se encoge ante el arrebato - Esto es lo que te digo siempre de las buenas maneras y las costumbres, el señor es un Señor. - no es difícil ver que por alguna razón esta enfadado y que el muchacho se envara de miedo por los gritos.
- Pe..,Pero don Asterio... lo hacen los otros jóvenes, los maeses y sus aristoes...entran como ratón en madriguera...bueno es su casa ¿No? pueden hacer lo que quieran...Yo solo... no quiero enfadarlos. Mi madre me despellejaría en frio si nuestra familia tiene problemas por que los maeses se enfadaran.
- Calla, canuto rodado, que el maese aristoi me  pregunto y estoy pensando...

El Anciano mira a Pontos y también a Kebren muy francamente como juzgándolos y no deben fracasar en su veredicto por que añade en voz confidente - mis maese aristoes no se si percance o enfermedad pero el maese consejero Mnosino me hizo llamar desde las factorias y me saco de mis peces junto al muchacho para que amarrara lo bajeles, los siete sabrán por que, si ni el rapaz ni yo tenemos pajolera idea de pecios y barcos y en eso estamos buenamente desde hace mas o menos tres mareas.

- Comprendo - contesta Kebren - entonces ya nos interesaremos cuando coincidamos con ese maese consejero Mnosino, gracias. Con los siete.
- ¡Aey!, No hay de que sus aristoses.
- Disculpe, buen hombre - les interrumpe Metis - ¿Entonces no hay ningún bendecido que nos de la bienvenida?
- Metis... - masculla Pontos.
- Tiene razón, Pontos - susurra Kebren - trae mala fortuna entrar sin invitación. Venimos de Arriba y esto es Abajo. ¿Donde esta el preste del puerto? Siempre esta uno esperando
- Lo se pero...
- Lo siento su aristoi pero no. Si quieren mando al chico a buscar a alguien si no es molestia esperar.
- ¿No has visto a una arconte madura con vestimentas sencillas o a una joven aristeia con la piel lustrosa y brillante? - le interrumpe de nuevo Metis. Estoy segura que la segunda que describe es Helia.
El hombre se incomoda mas de lo que estar en un sitio que no le agrada pueda incomodarle. Sacude la cabeza y mastica su respuesta.
- No y no. Ni la una ni la otra. Quizás con la muchacha tenga suerte con este cabeza de piedra - señala al muchacho que esquiva una collleja - siempre esta mirando a las faldas.
El chaval levanta una mirada triste y compungida mientras retuerce una cuerda. Su voz es monótona al responderle a Metis.
- No mi aristeia. No he visto en todo el tiempo que estoy aqui a ninguna de las dos que menciona. La única maesa que viene al agua es la Dulce.
- ¿La Dulce?
- Claro, Claro - se golpea el viejo la frente como si recordara - la señorita de la flores. Corre nabo. Ves a buscarla.

El chico sale disparado como aliviado hacia la otra parte del embarcadero donde se puede contar otros cinco mastiles y una pequeña barcaza.
Betriz, Myla y yo casi nos atropellamos con las palabras en cuanto el chico parte.

- ¿Que es lo que pasa Pontos? - se impone Myla en la voragine - ¿No tendrían que haber acudido al menos Helia y Dekatria.
- Si deberían. Me preocupa mucho que no estén. Temo que no están por que algo se lo esta impidiendo.
- ¿Algo o alguien, Pontos? - puntualiza Kebren - por que esta faltas de decoro no son casuales. Me huelen a premeditadas.
- ¿El decoro? - exclamo - ¿Es tan importante?
- Si - es tajante Metis como si la experiencia le diera la razón y como si la enfadara que yo especialmente no me de cuenta.
- Calmémonos todos. No sé, nunca han sido tan negligentes. Estemos alerta. Algo pasa. Ahora lo averiguaremos - señala el malecón - preparar vuestras cosas, por ahí vienen.
- La conozco - dice Metis - es Horas Temis - se sonríe lo que es un flaco alivio pero al fin al cabo alivio entre el cúmulo de tensión que desprende - nos ayudara aunque se hará la interesante.

El muchacho escolta a una mujer joven y menuda envuelta en un hermoso peplo oscuro de reflejos azulados y cubierta por un velo marfileño sujeto a una corona de flores sencillas y espectaculares. Su paso es armonioso y relajado y comenta cosas en griego que tienen a su acompañante permanentemente en un agradable vilo.

No la puedo contemplar mas por que nos metemos en los camarotes y ese costado es el que tiene las portezuela vedadas para evitar la visión del Árbol. Sin embargo si se puede oír en el silencio el hilo de su conversación con Pontos.

Mi amigo Titanide es muy ceremonioso en su hablar respetando el griego clásico de nuestra invitante, ese en el que Joseph y sus compañeros de cátedra me abren camino. A ratos no entiendo mas que la intención y el contexto pero mi imaginación rellena los espacios.

El la alaba por su sabiduría y aspecto y ella le toma la palabra. Hay un sencillo y breve juego de ingenio en el que los tres Titanides del barco participan y su interlocutor hace de juez. Luego oímos declamar a uno de los hombres pero es tan rápido que no me da tiempo a identificarlo a él ni al contenido y entonces la llamada Horas les concede su bendición que parece tener mucho de absolutoria y el permiso para desembarcar cosa que Metis y Kebren ya han hecho cuando regresamos a la cubierta dispuestas a seguirlos. Me descalzaría pero no se si es apropiado por lo que dejo mis sandalias en su sitio. Sin embargo aunque porte pocos bártulos mi indecisión junto con el que soy mas lenta con una mano herida me ha retrasado y al final me quedo la penúltima detrás de Betriz y antes de Pontos que con justicia revindica el puesto como capitán del barco.

Oigo la clara conversación de Metis con Horas y la respuesta de camaradería de esta ultima comentando algo sobre flores Ignotas. Al final la intuyo entre la gente, un duendecillo de tupidas cejas y ojos marrón oscuro, labios profusos y apretados, lunar en la mejilla y nariz recta que si no fuera por la inevitable madurez de su mirada bien podrían pertenecer a una niña.

Me pregunto mientras espero el turno que serán esas flores desconocidas a las que con ilusión se refería y no sé si el pensamiento de un instante que nos convierte en el eco de lo que decían no esta mal encaminado.
Un apellido como Temis carga de una responsabilidad que la risa cantarina de la mujer lleva a derroteros mas optimistas. Comprendo el influjo de los pesos de la onomástica obtenida, por Pontos y su ascendente con la Estigia o Metis y el paisaje de su aura y sus palabras que desencajan. Comprendo el efecto que despliega en nosotros los gentiles a esa magia. Es lo que les hace ser lo que son.

Sobrecoge por mucho que lo toques y no te haga daño.

Convino en tener una tregua entre la confianza y la cautela. 'Estas en su casa Gabrielle, comportate'

Me distraigo con las sensaciones y las conversaciones mientras espero mi turno.

Betriz acapara la hospitalidad de nuestra convidante y al final me centro en la mano herida y en su venda negra y algo descolocada. La palma me punza como si la hubiera sumergido en alcohol puro y se que sangra un poco por debajo de la tela. Envueltos en los pasos de la reverencia de ordenada por el Olimpo se reclama un cortejo de presentes entre huésped y hospedador y yo estoy manchando embarazosamente el envoltorio de estraza del regalo de mi familia con mi sangre.

Trato de alejar el peligro con cuidado probando de arreglar el resto del estropicio cambiando de posición la mano pero la fortuna dicta que es mi turno de abandonar el barco.

Antes de poner un pie en tierra me tengo que concentrar en las palabras.

- En nombre de mi familia y los míos recibe un presente del sol de arriba para que su bendición sea favorable.

Mi brazo derecho acompaña mis palabras despacio para entregarle el paquete mientras con el puño izquierdo cerrado señalo mi corazón y mi cabeza como me han enseñado.

Ella sonríe. Esta radiante. Sus manos se extienden para liberarme del paquete. Su boca traza el esbozo de la respuesta convenida y de repente mi percepción estalla como si la empujaran con un grito salvaje de dolor proveniente de todas partes. Un aullido inhumano.

Cuando parpadeo liberada de la impresión un segundo mas tarde estoy sujeta en vilo por el brazo firme de Pontos y el agarre furtivo de Horas con un pie resbalando en cada parte, muelle y barco con el mutable hueco entre piedra y madera amenazador bajo mi cuerpo.

Parpadeo confusa en una segunda ocasión y luego una tercera preguntándome que ha pasado.

La mujer me mira angustiada, como si lo hiciera desde otra parte muy lejana aunque poco a poco su inquietud se apaga. Su rostro se recompone y su voz consigue articular lo que tiene que decir.
- Yo...Yo los acepto. Recibe a cambio el pan y la sal, aceite y el lino - no es griego si no logoi, con mucha distorsión como muy de sueño.

Mis dos pies tocan la piedra del muelle.
Mecánicamente me trasladan junto a los otros. Cada uno me observa con una diferente atención: curiosidad, confusión, turbación, certidumbre... Solo Metis me ignora imperturbablemente.

La mano de Pontos en el hombro me reconforta al alcanzarme así como la mirada silenciosa de Myla.

No hay preguntas ni comentarios y me alivia por que se que si abro la boca, ese grito saldrá. Me muerdo los labios y acaricio con los dientes la lengua y al final coloco los pulgares sobre la apertura para no tentarme a decir palabra.
Huelo la sangre en mis vendas fresca y metálica y no se como recompongo los pensamientos entre tanta distracción desencajaste.

Por un instante he sentido con apreciación lacerante un incongruente hilo de hielo fluido en brazo derecho y el tableteo descontrolado de mi corazón desbocado y huyendo a un lugar lejos.
Me miro la mano y hay un trazo serpenteante de sangre emergiendo de la tela por el pulpejo de pulgar, negro como el carbón y frio y coagulado como un glaciar. Una costra penetrante en el corte que no tenia hacia tres minutos en el barco.
Una gota nueva intenta seguir la trama como la estela de la hormiga que sigue a su compañera por el camino conocido.Luego viene otra y otra y otra como si de repente se me hubiera abierto la herida. No ha sido por el movimiento si no por el roce de otros dedos.

Mi mirada las observa fascinada mientras en alguna parte me digo a mi misma que debería detener esa hemorragia.
Me doy cuenta que unas manos fuertes me agarran desde detrás sujetándome fuertemente por los antebrazos.

Entonces entiendo que el ruido que oía no era mi corazón si no el golpear de las armas, botas y corazas y la lucidez regresa por completo en respuesta a comprender que estamos detenidos por una cohorte de soldados bien pertrechados, vestidos de marfil y de azul que ha tomado el muelle.

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