Hubo un segundo de silencio tan intenso que no podía acabar. Se sostuvo en la eternidad, librándose de las ataduras de la leyes que le susurraban que eso no se podía hacer, sujeto en la ira, el desengaño, la culpa, el estupor y el abatimiento. Pero sobre todo en la soberbia. En el pecado del orgullo. En Anibal.
Juro que no fue la niebla en mis ojos la que me engaño. Juro que no había ni un ápice del sentimiento de abandono que tres horas antes me hizo destruir mi habitación. Juro que para ese instante ya me había preparado hacia mucho tiempo. Pero también juro, que nunca, nunca me había preparado para su reacción, sus palabras, su despecho, su falta de ... corazón.
¡Oh Eugene, como orquestas tan milimetricamente!. Pero tú no tienes la culpa. Los merecedores de cada gramo de descrédito y deshonra somos nosotros. Anibal por su estrechez de espíritu y arrepentimiento y yo por mi ceguera desde el amor por él.
Por que la verdad inamovible es que Anibal es un asesino de masas sin remordimientos y yo, su mujer, lo he encubierto.
Y Que Yo Me Arrepiento.
Se ha puesto allí delante a esperar un juicio en el que no creía y no cree, como si la confesión expresada al aire fuera suficiente penitencia.
No tiene medida la amplitud de su engreimiento, la falta de comprensión del alcance de sus acciones.
No es solo el efecto demoledor que ha causado en los miembros del túmulo, Diosa, no solo son las caras cuyo recuerdo me avergonzara toda la vida, es la desfachatez y el desprecio a esas personas y a su amistad y a sus credos.
Anibal les ha repudiado, afrentandonos en lo que mas amamos. Con desprecio. La culpa es solo nuestra. De lo que creemos. No de él. De la sangre en sus manos. Del horrible crimen perpetrado sin ninguna razón.
Su orgullo es tan grande que ni siquiera ha mostrado una pizca de conmoción. Ni siquiera para defenderse.
Nada le ha hecho reaccionar.
Ni el hundimiento moral de Angus.
Ni la justa cólera de Nedra.
Ni la profunda indignación de Remi.
Ni, Diosa, el horror los ojos de cada una de sus víctimas de vuelta reflejado en la cara del Horror de Sabine.
Creía que la Roca se movería, que en la intensidad de mi Amor Incondicional, Profundo, y Sincero habría un cambio, un solo e ínfimo cambio habría bastado, pero nada lo ha movido.
Nada.
El Amor lo cura todo, el Amor significa todo, el Amor lo puede todo.
Pero el amor también es el Demonio. Anibal es mi Demonio.
No ha sentido siquiera la rotura en mi corazón, en el desgarro de la culpa de mi voz.
Bajo las leyes de la Diosa deberíamos estar muertos los dos.
Al menos treinta y dos almas claman por ello y solo un resquicio de providencia nos ha salvado.
La valoración de un viejo Fungus, hoy mucho mas viejo, de cual es el mal mas pequeño.
No sabe Anibal lo que ha hecho. No sabe lo que ha derrumbado.
Las cosas que se han perdido.
En la Diosa yo confió, yo creo. A la Diosa él ha dado la espalda.
Entro al Juicio henchido de confiado orgullo de no perder nada y creo que a final ha perdido me ha perdido.
Por que ya no puedo seguir queriendo a ese monstruo.
Yo creía amar a un Hombre.
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