12/1/08

En tus Manos (ii). Annette.

La huella normal de un viaje empieza cuando los preparas, en lo que esperas. Vas de un sitio a otro queriendo ver una estampa, experimentar un evento o simplemente disfrutar de alguien.
Muy raramente el viaje se tiñe de conmoción y te impacta tan brutalmente que tienes que reconsiderar con desesperación antes de seguir respirando si estas cuerda.
A veces el viaje no lo esperas. No lo preparas. No sabes que te traerá.
Que no haya sido la primera vez no lo atenúa ni un ápice y los matices de esta ocasión en concreto lo desbaratan siempre todo.
Pero eso no cambia nada. Esperado o no hay ocasiones que viajas.
Y te hallas en el viaje.

La primera sensación es de desolación.
La Torre, nuestra casa, mi casa en ruinas en apenas lo que se acaba un latido.

La segunda sensación es de desconcierto.
Todas las preguntas vienen al unisono
¿Que ha sido lo que hemos vivido?
¿Nos han separado hasta el ultimo hilo de resto de la creación?
¿Que es lo que esta sucediendo?

La tercera emoción es inenarrable, tal es que viene desde las entrañas y sube y lo conmueve todo.
Es la impactante certeza que te puede paralizar y arrancar del suelo a mismo tiempo haciéndote esperar que, lo que esta pasando realmente ocurre, aunque sea todo un sueño.
El estupor y el alborozo se cocinan en el mismo espacio de mi pecho y me siento impulsada a abalanzarme sin control y a la vez me deja clavada al suelo.

Llegamos. Llegamos donde no habíamos llegado nunca antes y llegamos sin que las reglas nos destrocen.

En nuestra llegada he sido obsequiada con una imagen, una palabra, un verdad.
Le doy a la Diosa gracias todos los días pero hoy es doble o triple mi esfuerzo.
Le doy gracias por esos ojos grandes, por esa mirada justa, por esa mujer adulta y casi completa que he tenido el privilegio único de conocer.

Es un milagro que seamos capaces de hollar el futuro, pero no se como llamar el tener la oportunidad de ver a esta pequeña promesa. Una promesa que he envuelto en mis brazos, que he acunado sobre mi pecho, que no me he cansado de comerme a besos.

Cuando las barreras de la precaución y el misterio han caído ha sido como un terremoto en el cielo, sentido a ras de suelo.

Entonces yo he podido ser Gabrielle y ella ha podido ser Annette y no ha habido ni extrañezas ni silencios. Nos hemos dado mutuamente la una a la otra, como si, como así si ha sido, ese hubiera sido el destino que hubiéramos perseguido con todas nuestras fuerzas.
Nuestros corazones han roto los años de forzosa ausencia y la distancia del tiempo y sin descanso hemos convergido para llorar juntas de alegría, estrujarnos, acariciarnos... Ella ha jugado con mi pelo y yo con el suyo. Hemos hablado del amor y la vida. Del dolor y la esperanza. Nos hemos reencontrado. De madre a hija. Mas allá, de mujer a mujer.

Por que no es mi Annette, no es mi niña, ni siquiera es esa imagen que a veces intento imaginar como va a ser. Como no, ella es tan distinta de los sueño que haya podido tener. Es Annette y me siento orgullosa de como es.

Por que no cambiaría nada de la mujer que he conocido, excepto una sola cosa. Quiero con todas mis fuerzas que el brote de felicidad que ha tenido en el día y medio que hemos podido disfrutar juntas no sea un espejismo o una excepción, si no una realidad duradera, que sirva de complemento a lo que veo cada vez que con una sonrisa la evoco.

Quiero ser sabia y fuerte para no torcer lo que promete puede ser.
Quiero reafirmar mi responsabilidad y no errar en ella.
Por que Annette esta allí en el futuro pero también esta aquí, junto a mi silla jugando con los dedos de mi mano. Creciendo poco a poco junto a una Madre, su Madre.
Quiero ser merecedora de ese apodo.
Para ver el día que vuele libre y completa.
Y seguirme sintiendome reconfortada.
No en mi.
En ella.

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