28/5/11

Cafe.

Observo los rostros con discreción pero algo ansiosa.
Las personas que me rodean lidian a su feroz manera con el golpe.
Se contagia.

Arthur, el profesor Spangler, atesorara un tesón de acero en su espíritu, pero no quita que el sospechar que su mujer, Emily, ha muerto pueda con él.
Necesita un amigo, pues nosotros, aun con toda nuestra buena voluntad, no dejamos de ser una chocante banda de extraños.

Las chicas, se han resguardado en los cuartos de arriba e intuyo que buena parte es por la misma razón. Supervivientes, están necesitando ofrendas del apoyo, que de lo conocido.
La mancilla roza sus miradas , todas inteligentes, desquiciadas por el dolor de lo incomprendido.

La casa responde al mensaje de petición de refugio pero, este solo es un lugar transitorio mantenido por la fuerza del honor y la voluntad, sin las fortalezas del hogar.

Son de esas cosas que se saben. Y que mantienen el toque molesto de la intranquilidad.
Otra vez se plantea la espera. Al abrigo de una segunda taza de café caliente que tan bien preparan las preciadas manos de Anibal.

Bálsamo de los mortales, si; con ese poso de lo que perdura.

Acuno el mio entre las manos mientras miro.

Arthur y su amigo Joseph se ponen al día y supongo que se animan y consuelan en una habitación contigua.
Un punto a favor de Joseph Selkirk es que no se amilanado al presentarse en la puerta y haber sido recibido por Anibal como lobo. Creo que mitad se ha pensado dentro de una broma de su amigo y mitad es que los tiene bien puestos.

Los puntos a favor de Spangler no son solo de coraje.

Odio tener contenido el presentimiento de que su mujer esta muerta y tener la frialdad de circunvalar esa información con vaguedades mientras los cuervos de Morris lo comprueban.

Arthur parece un buen hombre. Joseph parece un buen hombre. Abel era un buen muchacho.
Todos: estudiantes y profesores, en esa clase, en ese circulo de amistades, han mostrado esa bondad. Esa buena pasta.

La parte endurecida sobre mi corazón y que roza el hálito de la Diosa y que acuna a los difuntos racionaliza los hechos con las estaciones cíclicas de la vida. Naces para morir. Esta ahí claro y cristalino.

Un ojo negro como el circulo perfecto de la taza de café en mi regazo emborronaría y en parte lo hace esta la verdad pero no ya con dudas. Con una sensación amarga y reconfortante. Oscura pero amable.
Quedarse con los dos extremos es de necios. Si, Naces. Si, Morirás.
Pero en el largo ínterin que parece que no notamos entre uno y otro instante vives.
Y es como lo haces lo que importa.
Como lo hizo y hace esta buena gente.

Escancio ese poso oculto para reconciliarme y seguir en la lucha por la vida y por la muerte como las experiencias enriquecedoras que son y no como la truncada tergiversación que siembran estos adversarios nuestros que la abominan.

Una vez calmados los nervios y purificados los pensamientos nos sentamos o dormimos o montamos guardia en la vigilia o simplemente caminamos en el crepúsculo de otoño para llorar en la noche.

Cada uno elige la égida que le mantiene de una pieza.

Yo no puedo dormir. Ahora no.

Joseph y yo trabajamos hasta la madrugada en las notas y datos de una miríada de información que siento que no va a tener mas utilidad que expulsar lejos a los fantasmas con una tormenta de energía especulativa.
Su disposición es conmmovedora y su confianza enardecedora. Logra que me mantenga espabilada, alerta y mucho mas deseosa de que no vuelvan a tocar a estas personas o a otras ni un pelo de la cabeza.

Es como furia sin ceguera, electricidad sin tempestad, la que sorpresivamente estuviera reforzando con sosegado impulso.

A ratos la geografía, la lingüística, la arqueología y los sesudos garabatos se me difuminan y me distraigo imaginando que estará pensando en el fondo él.
Sobre lo pasado. Sobre el estado de Arthur. Sobre el oculto mundo ahora al descubierto. Sobre nosotros. Sobre...mi.

Al amanecer cuando la noticia de que los allegados pueden ir a despedirse de sus seres queridos dentro de la tristeza que significa ese hecho una pequeña sensación de aligeramiento recorre mi coraza. Poder despedirse es lo que esta bien.

Veo marcharse a Arthur Spangler en la leal compañía de Joseph y también a las chicas, Sybille, Rebecca en común sostén, escoltados por el diligente Morris, otro tipo, en este caso cuervo, admirable.

Las ideas de la noche aun bullen en mi cabeza y se mezclan perfectamente con las emociones en mi pecho o en mis manos.

Calan en la amalgama de las decisiones a tomar para las próximas horas y los siguientes pasos.
Aquí esta, entre mis dedos, el diario donde reapareció el poema.
Ahí están, me digo, la Oscuridad, el Hades, el Muro, la Philake, el Puente y la Antumbra.

Respuestas sin encontrar y sueños sin encajar.

Voy a la cocina sin soltar las ultimas notas conocidas de Hubert S. Bradfield, posiblemente la ultima persona hasta Abel, que Leyó el mensaje, y rebusco en la cafetera.
Aun queda un poquito de liquido.

Me pongo una taza sin añadirle nada con una sonrisa.
¿Que mas pedir, que que se conserven estas constantes tan simples?
Si pienso y pienso con una sonrisa.
Seguirá siendo café.
Aunque este frío.
Ya nos calentaremos.
Mutuamente.

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