13/12/08

Tribulaciones en Casa de la Bruja (iii). Los Roces y Las Palabras

- Esta bien - dijo una voz familiar y suave contestándome a la pregunta de como estaba Asier. No podía ver de donde partía por que tenia calcinados los parpados.
-No te preocupes por el - volvió la voz a dedicarme su atención con delicadeza - sera mejor que no hables.
El dolor caía de golpe en cada movimiento aunque fuera casi insignificante y solo la estela de unos roces profusos dejaba una sensación como bálsamo sobre el resto del suplicio.
- Entraste ardiendo como una tea - dijo Bropius - pero ahora te curaras. El ungüento de madre te curara.
Diosa, debí haberme quemado gravemente y solo la fortuna sabia como aun podía respirar. Fui poco a poco consciente de cada grieta en la piel y la carne y del palpitar casi audible de la sangre en cada centímetro de mi cuerpo. El olor a quemado era lo único que podía captar.
Aun así quise abrir los ojos, me empeñe en verlo.
Milagrosamente mis corneas no se habían derretido y al entender lo que quería Bropius me mostró al chiquillo. Dormía y bostezaba plácidamente sin ningún rasguño evidente y la gracia de la Diosa me alivio aunque no pudiera sujetarlo sobre mi pecho y lo máximo fuera rozar su manita con la punta de los dedos.
Bropius lo dejo a mi costado para que lo pudiera notar mientras relevaba a su madre en las tareas de aplicarme en el cuerpo entero la medicina.
No vi donde iba ella y no me preocupo. Me concentraba en que le pasaría a Asier, en como acabaría para él la noche, en que no veía como podría alejarlo de aquel lugar y de su abuela. En que lo iba a dejar indefenso.
Bropius me acaricio el pecho y bajo a mis muslos. Me pidió un beso y cuando me negué, no insistió pero reitero su petición de que nos fugáramos. Que nos alejáramos juntos de la torre y de París, los cuatro: él y yo, Annette y Asier. Lo mismo que me propuso allí en casa cuando comenzó esta historia. Que nos lleváramos a los niños para que no crecieran en aquel lugar.
Lo que le aterraba de allí no me lo dijo pero ahora con el tiempo podría expresar varias teorías.
Yo le dije, titubeante, lo que sé. Que no es ese sitio, si no esa gente. Y que no podría abandonarlos. Que debía de cuidar de mis hijos.
Le dije con el corazón en la boca, llena de una convicción que a veces flaquea por que duda si no actuó fruto de una tozudez malsana o por la sincera disposición de estar exactamente donde debes estar y te necesitan.
Entonces me pidió un ultimo favor, una simple prevenda: Ver al niño al menos una vez al mes, con cada luna llena.
En aquel momento accedí, quizás por que soy una blanda y siento que todo niño tiene derecho a conocer a su padre, pero lo que ha pasado con esa decisión lo debo contar mas tarde y en su propia medida.
Se acabo la ultima gota de la unción y si me estaba quieta era como si flotara en una nada sin dolor, pero que no deje durar por que mi mano buscaba la de Asier.
Eriltes entonces hablo y dijo que debía marcharme y trate de alzarme, de coger al niño.
Apretar los dientes no es suficiente y fue la nada considerada mano de la Bruja la que me incorporo.
Su voz me fue imposible de evitar.
- Os dejo ir. Me gustas. - restallo su lengua - pero conoce que tengo en gran consideración a mi Sangre.
- Si eres mala madre te matare. Una de esas lunas no sera Bropius el que encuentres si no a mi.
Entonces me alzo en brazos como si no pesara nada y se encamino hacia la terraza de su casa. Instintivamente yo acune a Asier sobre mi pecho, me hice un ovillo con la intención de que nada lo tocara sin pasar antes por mi, vana esperanza en cuanto Eriltes nos transporto al borde del abismo que se precipitaba mas allá del balcón de la torre donde esta su morada y sin ceremonia hizo lo que yo temía.
Nos soltó y los dos caímos directos a un mar de olas bravas, en el que en el borde de una de ellas nos sumergimos y su golpe nos impulso hacia los cimientos del edificio.
Hacia adentro.
De vuelta a casa.
A la torre.

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