5/8/14

Océano (I): Dejado Atras

Diciembre, esta mañana de la partida, concede una gracia especial. Planteles de rayos de sol entre aborregadas y aburridas nubes invernales, acarician el funcional embarcadero de Gernsey, a medida que lo abandonamos.
Aun así hace frio, uno húmedo y del que me siento particularmente desusada, y cada uno a bordo se arrebuja en sus prendas de abrigo con agradecida fruición.

Mientras, la tierra se inunda en la mirada lentamente de mar.

Continuo saludando a Asier, ya no tan desgarbado como recordaba, que aúpa a su inquieta hermana sobre los hombros. Mi pequeña Nette se estira y estira a horcajadas sobre él para no dejar de vernos y que nos perdamos su mano al viento.

Las rubias cabelleras de Betriz Printemps y de su joven madre me respaldan en la despedida, mas comedidas pero conmovidas igualmente en su mirar.
Se despiden de ese pequeño parche de tierra que emerge a respirar sobre el vasto océano que lo rodea y que ha sido su constante hogar junto con Sark y que quizás la muchacha no vuelva a pisar jamas.

No me muevo de allí hasta que mis hijos se han convertido en indistinguibles puntos en la lejanía y que la memoria retenga su imagen para los días de separación.
El horizonte gobierna un paisaje diluido de cielo y agua sin apenas costa.

La Ola de Ambar empieza a tragar las millas con navegar seguro y lento al ritmo de todo su velamen desplegado. Kebren canturrea al timón a nuestra espalda y Pontos y Metis medran por toda la cubierta preparando cabos, drizas y una docena de otros parafernalias marineras que sabiamente he dejado por imposible hasta el recordar como se llaman.

Como la perdida de la visión de mis hijos es un poco anterior a la de las Islas me da tiempo a echar un mejor vistazo a mis compañeras, algo mas completo que la breve e incomoda presentación matutina en los muelles.

Es posible que sea la cautelosa inquietud de estar aquí que me recorre, de la invitación y de la, aun a veces cuando lo pienso sorprendente, aceptación final, el que mire sin saber bien que buscar o que encontrar. Pero es como descubrir un lugar afín.

Ha sido un año extraño, bueno no exactamente extraño si no tal vez inusual. Seguro que en ocasiones duro, sobre todo creo para ellos, mis hijos, lidiando conmigo, una madre, demasiado presente, amorosa y exigente a partes indistintas e iguales y esforzada en no flaquear y dejar traslucir que estoy asustada, algo paradojicamente imposible, cuando no cejas en dedicarte a ellos por completo.

La oportunidad de que aunque sean unos pocos días se nos presente un descanso mutuo no pareció ni parece para nada falaz.

Aunque las dudas hayan bregado muchas noches y días por disuadirme acepte la silenciosa tregua.
No puedo negar el sentimiento que me ruge por dentro mas y mas fuerte desde que casi pierdo a Asier en Rusia y que me inflama con la nitidez con el recuerdo del secuestro de Annette por Eugene.
Esta emoción de contacto, de ahogo si no están a mi lado, es con la que tengo que luchar, modulandola como puedo tocándolos, abrazándolos, besándolos con templanza en el corazón y tras la frente.
Viéndolos correr, trabajar, jugar, y reír se tróca en un tesoro instantáneo que a veces desespero interiormente por conservar y me interrogo preguntándome si no soy yo la niña estancada y colgada de los deseos de no experimentar el coste y el dolor de lo que surgirá: la separación que algún día se presentara.
Me he concentrado en dejar de pensar y disfrutar con ellos cada instante de la forma mas sana que he podido. Pero es concentrarse, me pregunto si es lo mismo que vivirlo.

No se si mi cerebro convencerá a mis entrañas de que no es abandono si no libertad.

El cerebro lo va a tener duro para ganarse el pan, sobretodo rodeada de empáticos influjos similares provenientes de los que me rodean incluyendo a las dos mujeres que me acompañan a popa del velero.
Myla, la madre, por supuesto, pero también con Betriz, envueltas en su melancólica ultima ojeada.

Ambas han cambiado desde la ultima ocasión en la que coincidimos, ya una eternidad lejana de tres intensos años y es mucho mas que la congoja de dejar atrás el hogar.

La primera que me descubre curioseando es Myla. Sé por la primera mirada que ambas entendemos lo que estamos experimentando mutuamente por que la espontanea lenta sonrisa abierta que nos ofrecemos es sensiblemente familiar y acaba con las dos subrepticiamente contemplando a una aun absorta Betriz.

La niña que yo conocí ya no es una niña si no una joven mujer, decidida, independiente, y tengo un ligera envidia, por lo que se nota mas por lo que he oído: Creyente.
Cierto es que la familia Printemps tiene un legado de madurez precoz (Myla alumbro a Betriz dos años mas joven de lo que ella es ahora) pero no es solo eso.
Hay en la muchacha una fuerza enigmática, una garra reposada pero afilada, que me rememora aspectos de Asier pero al diferente de él aun con otros esquivos pero inequívocos parpadeos de duda.
Posee una desarrollada solidez aun en ciernes y no del todo consolidada. Supongo que en ello se basa esta peregrinación.

Nos sorprende mirándola y nos enfrenta con unos ojos casi viejos, aun no completamente descargados de infancia, con unos iris cada vez mas azules que lo escrutan todo con interés por el entendimiento.
Nos sonríe lenta y luminosamente de forma alternada y la estampa de la severidad de una presencia sagrada se retrae y diluye en su rostro de dieciséis años azotado por las tiras de los tres colores, caoba, miel y rubio, de su cabello.

Myla se estira de pie y alisa los pliegues de la lana de su vestido y se abriga con los pliegues de su capa impermeable.

- Lo siento Madre. No me percate de que hacia tanto frio - Betriz se disculpa con la habilidad de disimular la turbación por el escrutinio de no una si no dos madres - ¿Quieres que te acompañe a tu camarote antes de que comamos? Lo dejamos preparado antes de que llegaras.
- Claro hija. Me encantara que me muestres este barco del que tanto me has hablado.
-Muy bien...De acuerdo - se sonríe satisfecha casi lanzándose hasta dudar un instante si incluirme y establecer la lucha entre su pasión y las buenas maneras al final triunfantes.
- Umm... Docta Gabrielle ¿Nos acompaña?.
- Gracias Betriz, pero por favor id por delante. Hace mucho que no me picaba el frio del norte y siento ganas de disfrutarlos un poco mas. Acudiré para las mejores partes - le contesto amablemente instintivamente estirándome como un gato al sol para aspirar el aroma del mar en la mañana - te lo agradezco de verdad. Y por favor llamame solo Gabrielle. Docta es un apelativo que aun no alcanzo a  merecer. No como otros aquí.

Ella me corresponde con una leve inclinación de cabeza y esa mirada combinada con tu sonrisa que ofreces de soslayo cuando meditas lo que se te han dicho y suena divertido. Afortunadamente creo que aun hay suficiente sinceridad en mi para sonar lo verdaderamente convencida que estoy y no a falsa modestia.

Se me puede llamar de muchas formas que no serian apropiadas para los labios de una persona tan pura como Betriz.  Que no me apelen con nada es un puerto neutral que esta bien.

Myla lo entiende sutilmente,  me ofrece un hasta luego cómplice y se deja guiar hacia el interior del balandro por su hija mientras se cruzan con el porte atlético de Pontos Estigio y descubro sin querer un juego de miradas diferentes del que  acostumbraba: La de orgullo paternal que ya había visto con Helia con otro sutil gusto y la otra, la dirigida a Myla, refrescante, nueva y arrebatadoramente dichosa.

Me guardo la sonrisa tonta entre las sombras de la capucha de mi clamide intentando recuperar la mas neutra de nuestra firme amistad antes de que llegue hasta mi alcance.

A Pontos también hace un mundo que no lo veo en persona, casi dos inviernos completos. Se ha arreglado el cabello y la barba pareciendo mas un feroz y civilizado gentilhombre que nunca, lo que le queda espectacularmente bien con el curtido del sol y la estampa marinera.

En Sark la gran parte del tiempo de instrucción con Betriz la ha pasado alternándola como pescador.
Es un hombre de los que ya no hay otros. Desgraciadamente hace cuatro siglos ya que rompieron el molde.

Viene hasta mi y se sienta a mi lado contemplándome plácidamente como cuando se distrae mirando el mar.

- Me sorprendió que vinieras - comenta tranquilamente con una sinceridad ganada a pulso - creí que lo verías algo extraño
- Lo es - asiento - lo cierto es que aun me pregunto la razón de haber sido invitada

Saco las manos del interior del peplo y de la capa y las entrelazo delante de mi boca para calentarlas, para esconder los gestos de mis labios y para detener el chorro de mis palabras como he visto con el tiempo que es una buena forma.

Pontos asiente comprensivo y medita unos segundo antes de continuar - Quizás lo justo es que nos contestemos mutuamente pero créeme, necesito que tu antes me cuentes con el corazón por que estas aquí, en este barco, el por que aceptaste mi invitación - noto una ligera ojeada a su espalda pero casi es tan nimia que no la relaciono con ninguna emoción especifica. Me vuelve a dedicar toda su atención y sus manos cogen delicadamente las mías - Por favor. En confianza. Sin obligaciones. Solo si tu quieres.

Lo observo y le devuelvo el gesto de afirmación. Beso con los pulgares mis labios y después decido liberarme de la capucha para poder hablar directamente, sin ambajes o tapujos. Es la misma pregunta que me hizo Asier y cuando las palmas de mis manos reposan sobre mi regazo bajo la mirada y empiezo a contarle.
- De entre todas las razones, la verdadera, la única, la real es la misma impresión de haber sido invitada - me detengo  y agito la cabeza - invitada y reclamada. El Misterio, lo Sagrado y la Reverencia.
No Pontos. No podía dejarla estar.
- Otros lo han hecho.
- Je. - miro al cielo y le retorno la mirada. - Quizás son mas sabios. Quizás no soñaron con ello. Quizás no ponen tantos quizás en su boca.

Pontos tuerce la sonrisa y no disimula la ironía en su gesto como si se riera de un chiste encerrado en lo que he dicho. Se recompone y asiente.

- Quizás... No soy yo el que ve el futuro. - me conforta con una caricia en la mano y sé que es en cierta medida sincero consuelo. Mi respuesta no le alarma y la toma con una seriedad calmada.
- Han sido ellas las que me pidieron que te mandase la invitación como Valedor. Él por que es de ellas.

Le sigo mirando intrigada y no puedo mentir: asustada.

- Betriz me lo pidió hace un tiempo - señala Pontos - cuando se fijo la fecha de su Nacimiento. Metis... me lo pidió hace una semana.
- ¿Metis Metis?
- Si - Señala con la barbilla a la atractiva compañera de faenas que ahora disfruta con el aparejo de proa - Se que no conoces aun a la compañera de Kebren. Pero que me aspen que la conocerás si no conozco bien las apuestas de los dioses.
- ¿De los dioses o las suyas?.
- A veces no veo la diferencia.
- Ah...¿Y Betriz ?
- Lo que te tenga que decir es suyo y aseguró que necesitaba hacerlo solo cuando os encontréis en los Salones de Océano. No puedo contarte mas - y sé que no puede por que no sabe mas.

Cambia de posición sentándose paralelo a mi costado, hombro con hombro.

- Mira Gabrielle, intuyo por lo que estas pasando. He hablado con Asier. En parte esta preocupado pero sabe que lo conseguirás. Es una extraña caminata el destino tendido por la voluntad de los dioses y el imbuirse de su espíritu. La carga, ese peso de piedra, se hace ligero pero cuesta. Es como cuando navegas y dejas la tierra conocida atrás pero te llevas un pedazo contigo. Aquí - se señala el pecho - En el vasto desconocido te da cobijo como una promesa pero si se convierte en deseo te inunda de la melancolía y el arrebato se convierte en necesidad. No es bueno.
Tienes que buscar la promesa y dejar de lado el deseo. Eso es la Fe.
Siempre te he visto capaz de alcanzarla.
Abre su abrazo con cariño y me deja enterrar la coronilla en su pecho bajo su mentón.
- Gracias - le digo en un susurro - siempre has sido muy bueno conmigo.

Se ríe alegremente con esa risa que puede derretir un día malo.

- De nada.
- ¿Pontos?
- ¿Si?
- ¿Te importa si te pregunto desde cuando estas cortejando a la señora Printemps?
- ¿Como lo has sabido?
- Bueno esas cosas las mujeres las saben y los hombres las confirmáis.
- Por supuesto - me mira fijamente y socarrón - como pude olvidar lo perceptiva de algunas 'mujeres' - hace una pausa para recuperar el tono pausado - Va para tres estaciones ya, casi cuatro.
- Me alegro mucho por ti. Me alegro por vosotros.
- Lo sé. Esas cosas las saben los hombres - se ríe con los ojos - Lo sé de veras.

Me aprieta la mano con afecto y luego se distrae viendo algo en el barco que le deja ligeramente preocupado y que con una disculpa lo pone en pie.

- Lo siento, dulce Bisoja, pero esa mujer esta loca y se va hacer lanzar por la borda - me besa las manos - Nos vemos en la comida.
- De acuerdo. Cuidado.
- Ja.

Lo veo avanzar con prestas zancadas hasta Kebren y comentarle algo muy rápido mientras intercambian el timón dejando al compañero marinero de Pontos libre para acudir a donde se encuentra la tercera Titanide.
Yo degusto las palabras de mi amigo bajo el sol resguardada en los pliegues oscuros del clamide y dejo los ojos medio cerrados mientras disfruto del instante.

Hay un sentido en el interior de este acontecimiento que se aviene. He preguntado a la Diosa en lo Oscuro y en el Cenit y también en el Amanecer y la Penumbra para obtener una señal que me iluminase y ha conculcado una sensacion mas cercana cuando decía de venir que cuando pensaba en quedarme.
He tenido un sueño. Un sueño extraño mezcla de Wortsworth, Keats y La Madre.

Pero todo aun pende de la incertidumbre de la Fe en que estaba recibiendo mensajes y no sufriendo una locura palpable.

Se me da muy mal la Fe: entenderla y asumirla. Asier me dice muy sensatamente que la viva.

Me saca de mi meditación y ensimismamiento un rudo zarandeo.
Cuando enfoco los ojos ella esta allí, contemplándome con avidez.
Me ofrece la mano para que se la estreche.

- Por fin alcanzo a conocerte - dice muy seria y añade como si supiera de mi más que yo misma - estaba segura que elegirías no hacerlo.

Su brutal gravedad me hace titubear.

- El Negro te va, te cala, desde la Hez hasta el Alma. - señala con intención.

Sonrío. Ella sonríe. No es jovial pero no tampoco es lo contrario

- Por cierto soy Metis hija de Metis y si buscaras, de ese Negror Tuyo, una versada en proporciones inimaginadas me encontrarias a mi.

No se describir el familiar aspecto que me asalta y la confianza pero le cojo la mano con el mismo afán con el que la ofrece tal y como si de todo lo de aquel barco fuera lo que yo mas necesitara.

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