17/8/08

Vivir (y Morir) en la Creencia (ii). Herencias.

Tirada, convaleciente, en una cama que me es extraña, lo único que hago es pensar y pensar y seguir pensando sin remedio.
Pienso en que mi vida me ha ido permitiendo conocer una infinidad de estados y personas extraordinarias. Pienso en los que me afectan ahora.
Estoy destrozada en cuerpo y espíritu, pero queda casi intacta mi alma y mi mente se aleja a la selva, a menos de setenta kilómetros de esa mancha de civilización de Perú que se llama Chachapoyas, ahora a una inmensidad de distancia y tiempo de esta habitación en Chartres que es y sera mi casa, rememorando a algunas de ellas.

Pienso en la grandeza de la naturaleza, y en la fuerza de las decisiones que parten de ese rincon del alma y un nudo me contrae las entrañas, por que así como yo aun respiro y lloro, y miro de reojo con amor a esa minúscula cosita que duerme y se agita en su cuna, muchos de ellos están muertos.
Eran personas comunes cuyo carácter y templanza les han llevado a los mismos lugares que nos
atrajeron a nosotros, cada uno por sus propias razones.
Eligen igual que elige Pola, o Charo o lo hago yo. Eligen.

Dos días después de haber experimentado en el sueño la agonía de la Madre, conocí a Amanda Vernuelle, en el jardín de un hotel acogedor en la lejana ciudad de Chachapoyas. Eran las cuatro de la madrugada pero ella se había mantenido en vela esperándonos.
Demudada a la espera de una noticia, la que fuera sobre la razón que la había empujado hasta allí, su padre desaparecido ventitantos años atrás.
El mismo padre que en sueños la había llamado acudir hasta esta tierra hermosa y distante, pidiéndole que acabara algo que él no pudo completar. Acabándolo aun en la muerte.
Sola recibió lo que le pudimos dar, y supongo sola se enfrento a lo que le deparo en la selva.
Desearía con todas mis fuerzas poder volver allí atrás y convencerla de dar media vuelta.
Pero no tuve la lucidez ni los redaños. No tuve muchas cosas. O tuve demasiadas.
Amanda partió en pos de las rutas de la vida le habían dejado en herencia y yo pienso en las que deseo dejar y dejo a mis hijos.

Pienso en que esperanzas Don Eteko, el chaman jíbaro, habría depositado en su valiente hijo Elias.
Me pregunto que con que planes contaba Miguel que el futuro le permitiría, a él, a los miembros de su función Akhasha y a la humanidad en general.
Recuerdo cada uno de los detalles del rostro de Anibal, gritándome en silencio con sus gestos lo no quería para nuestra hija, al coste de mi propia vida.
Y mas. Pienso en mucha gente mas. En cuanto mis fuerzas se recuperen, deseo hablar con mas claridad de todos ellos pero ahora lo que siento se empaña por el dolor, y el auto compadecimiento y no merecen eso.

Pero si que siento una fina relación en todos nosotros al respecto de nuestro legado, una relación que aun asediada por la muerte se conduce hacia un porvenir en el que al menos luce tenuemente la vida.

No quiero saber ni entender que sueños abordaba Bropius para un hijo traído al mundo después del Ultimo Invierno de la Humanidad.

No puedo preguntárselo a Don Eteko, a Miguel, a Max, a Paula, a los chamanes Guaraníes ni siquiera a Cazadora de Monstruos.
Es una respuesta que se ha tragado mi decisión en aquel lugar.

Pero nadie me tiene que decir lo que deseó Elias, todo un hombre a sus catorce años, huérfano de padre no hacia mas que unos instantes y enfrentado débil y exhausto, al rostro de la Muerte, que era mi rostro.
En aquel momento quiso un mundo en el que merecía la pena luchar y morir por que el niño, apenas recién nacido, en mis brazos viviera, y yo tome esa herencia.
Siento que habría sido un padre magnifico si hubiera sido yo la que no estuviera. Pero la fortuna no es como la queremos, si no como la forjamos. O quizás todo lo contrario.

Cierro los párpados y las imágenes me duelen. Pero no me queda dentro otra cosa. Yo debería estar muerta y ellos vivos pero no tengo ya el poder de dar ese legado.
Sin embargo tengo dos hijos en los que pensar. Y siento que tengo a toda la humanidad.
Mi cabeza no deja de pensar, muy en serio, agarrando las hebras de mi creencia, mi responsabilidad, y mi moral, que herencia estoy empezando a dejar.

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