4/4/16

Océano (XVIII): La Mortaja.

Empiezan en lo que creo es la madrugada.
Es muy complejo el seguir el computo natural que vigila el sueño aquí abajo.
También es cierto que en las jornadas post advenimiento no me es fácil tomar la medida al paso del tiempo y a veces pocos minutos son una eternidad y a veces es totalmente al revés.

Duermo mucho, normal me han dicho, y sueño mucho también y la separación con la vigilia mezcla una alucinación que parece constante pues no ofrece los detalles suficientes para separar la diferencia.
La percepción no se enfría al dormir y soñar y su vivacidad es la misma o mayor cuando cierro los ojos.
Lo que es un tormento por que los sueños son los que son: Remembranzas sin filtro de lo que he hecho.
Me dicen que se asentara. Que habrá un momento en el que los distinguiré. Los escucho decírmelo y lo que se añade sin decirlo es que la situación y lo que en ella ocurre no es nada nuevo.

Sin embargo de una mínima manera hay alguna diferencia que les descoloca y manifiesta su perturbación.

Únicamente Auristrata me trata sin cambio en sus maneras y emociones. Ella es la única que me ha hablado desde que oficializo la fecha de la ceremonia fúnebre. Intuyo que no es solo por carácter y experiencia.

Han pasado trece jornadas desde que regrese oficialmente en cuerpo y mente y sin embargo, el corazón de estas personas y también el mio, no es este mi ser completo.

Hay un reflejo de la persona que sigue moviéndose, comiendo, vaciándose o descansando pero con el deslizamiento en el espíritu de los actos de un fantasma y certeza de una transición inacabada.
Inacabada por la falta de una ultima decisión, acontecimiento o paso.

La gente aquí lo nota y es seguro como un picor en la nuca que lo saben.

Tampoco es que haya coincidido con muchos otros seres humanos. En cuanto me sacaron de la crisálida embutiéndome el ultimo trago de la Ambrosía en el cuerpo en cantidad suficiente como para ver si la supuraría por los poros, me trajeron a esta casa, que he descubierto es lugar común para todos los Curetes, y de Auristrata y, sin que lo esperara, de Metis.

Es una casa modesta y sobria, investida del carácter afable de un hogar tan iluminado al servicio como un convento. Mi cuarto hasta el día de hoy es como todos los demás es gratificantemente poco ostentoso.

Sin embargo hoy, después de siete largos días de lucha física y dialéctica entre fieles y reaccionarios, ha llegado la ocasión para el recogimiento y los velatorios.

Trece han sido las victimas de este conflicto, si no contamos a la sociedad entera de los Titanides y, a la naturaleza propia del Arbo que son y los mantiene.

Trece desaparecidos de la vida por los azares, los actos impíos y las elecciones. Once son Titanides. También esta Myla. Por ultimo Gabrielle.

Cuando, con un hilo firme de voz, Pontos fue desgranando el concepto y la confusa barrera que en este instante se presenta entre, la seguridad de la tradición y la incertidumbre de lo no vivido nunca antes, no pude mas que asentir ante la idea. En realidad es muy simple. Una vez muerto en el Caos y resarcido en el Árbol, eres la dádiva del Fruto de Nombre Sagrado.
Así nacían los Titanides y algunos se reencontraban con el proceso al regresar, de sus sucesivos fallecimientos, bañados en la Ambrosía de la savia del Genealogalos.

Pero no es tan fácil. La muerte no se conforma. La siento. Abstrusa como si faltara masa, fuerza o consistencia. Con carne y sangre y pensamiento pero no real, sin la base que te afirma y te deja auparte.
Han pasado doce días desde que Betriz suplicara mi retorno y apareciera con el manto de Rea sujetando literalmente cabellos, sesos, y vísceras. Apenas trece desde que descendiéramos a los palacios de Océano. Una bocanada de tiempo de existencia apenas abierto en el que no me recibo. No del todo. Casi de nada.

No me han hablado en este tiempo y lo he agradecido. Las palabras se aparecen, se expanden pero mi ceño se frunce incomodo. Silencio es paz y creo que lo es en ambas direcciones. Excepto por Auristrata.
Hoy sin embargo tampoco ella me dirige palabra.

Es la voluntaria de mi embalsamamiento y lo afronta con una seriedad solemne que se me contagia.
No esta sola. Mi Escolta al fúnebre destino es Metis Metis y sin que me lo esperara aun que me conmueve Enipeo Océano.

Los dos flanquean la habitación de los preparativos bien pertrechados y armados.

Metis no me quita el ojo de encima vistiendo cintas oscuras en su cabello que anudan sus mechones como hatos de siega. Tramas de enebro le forman una quebrada corona. Sus parpados son negras manchas de pintura opaca que se escapa hacia alrededor de los ojos. Una gruesa linea azul cobalto oscuro delinea su nariz del nacimiento a la punta y el mismo color traza la carrera inerte de las lagrimas como dos tajos simétricos a través de las mejillas. Solo los labios parecen incólumes al artificio aunque lucen muy pálidos y tristes.

Su compañero de lanza no parece tan sofisticado envuelto en su cabello apelmazado por el agua y la arena y simples lineas triples de olas verticales vertiéndose a ambos lados de las cara. Sin embargo fascina el tallo exquisito de la retama que adorna su antebrazo amarrado al astil de su arma. Madera negra para los dos con profundas puntas de hierro oscuro y renegridas espadas sin vaina ni reflejos.

Los dos visten de riguroso negro en ropas y coraza y hasta calzado. Parecen bañados en ese color al igual que Auristrata oscuro excepto por el blanquecino resplandor en el iris de su mirada.

No ha dejado de mirarme así, en plenitud, desde que llegue a la casa.

Ella ha sido la que de buena mañana, me ha llevado de la mano hasta los baños y, tumbada sobre la fría piedra, me ha desvestido y lavado con agua perfumada, contorneando con cariño el trazo de las cicatrices. No ha permitido que pusiera un pulso de esfuerzo y al final ha sido la acción sobre la flacidez de un cuerpo muerto en el que yo me he sumergido.

Me ha fregado con aceite de oliva oloroso, los pies y las manos hasta las rodillas y los codos, y los ha untado de tinte negro y seco hasta que no me pudieran parecer mas oscuras.

Las palmas de mis manos son el problema por que el corte de la derecha se ha negado a cerrar donde otras heridas como la de la cabeza ya no están.

Lo cierto es que la contemplación del surcado sangrante de la palma me ha dado cierta serenidad pues, al contrario que el resto del cuerpo imaginado que habito. la mano herida me parece real. Pertenece a Ella.

Auristrata la contempla largo rato, con su rostro de nariz gruesa y larga y pómulos y los labios afilados, en profunda reflexion y de alguna manera se rinde a ella con veneración y unicamente la cubre con una venda de paño negro bien apretada. Para mi, el ropaje es blanco tan inmaculado que parece arder en luz.

Me hace pasar el peplo por la cabeza con cuidado y me lo anuda bien fijo a los brazos y el cuerpo, las mangas hasta la piel ennegrecida con lazos bien apretados. También lo ata a la parte superior del cuello.
Sobre la cabeza me coloca una guirnalda de papel y cuerda blancos, de la que cuelgan tiras extremadamente finas a modo de completo velo, que oscila al respirar.

Cuando termina derrama una pequeña porción de perfume oleoso, penetrante e intenso efluvio de campo marino que desciende sobre mi como una marea.

Flotando en su olor me siento inmersa en el agua que evoca.

El efecto parece satisfacer a mi cuidadora y guiña sus ojos y estos se apagan. Hasta la penumbra de su iris ciegos.

La pregunta que me estudia insistentemente y que durante todo este tiempo se entretiene otra vez en mis pensamientos se proclama. ¿Que estoy haciendo aquí si es que estoy aquí?

El sentimiento destilado de mi atuendo funerario. Es agradable y me encaja, como cuando recuerdo mi forma de vestir adaptándose a mi a lo largo del tiempo. Si mi propio parecer esta de acuerdo no sera mejor aceptarlo. ¿Dejar de respirar es lo correcto? ¿Es suicidio si ya estas muerta?
No es evidente pero si esta presente por que, aun con el tratamiento ausente han sido cuidadosos en alejar de mi las oportunidades: ningún filo, una cuerda o una ventana atrayente. Lo cierto es que son todos métodos muy burdos. Solo me basta decidir no respirar. El cuerpo no me reclamara mas aire. Esa es en verdad la respuesta.
Solo soy un reflejo de la inercia.

Entonces ¿Que estoy haciendo aqui?

Auristrata, se enviste de su único adorno con sentida ceremonia: un yelmo cerrado de fibra de papel muy oscuro casi metálico liberado unicamente para que se le vean los ojos, la nariz y la boca. Parece convencida de que es mejor que me concentre en otra cosa pues me sacude por los hombros.

- Esta lista - confirma a sus compañeros - El manto.

Metis extrae con cuidado un cuadrado de tela sedosa de intenso color negro. Le tiende una punta a Enipeo y ambos se pierden entre el follaje del velo a mi espalda. Sin embargo la totalidad de mi atención es recuperada por Auristrata al cogerme la manos entre las suyas y pronunciar sus primera palabras dirigidas a mi en todo el día.

- Nadie excepto lo divino te ha visto llegar y nadie excepto lo supremo te vera partir pero por siempre estarás con nosotros.

Como respondiendo a su letanía la oscuridad se me cierne cubriéndome la cabeza hasta caer a los pies la tela fría. Unicamente mis manos rebosan de quedar bajo el pináculo que forma el suave sudario.

Auristrata valora el peso de mis brazos como juzgando cual es el mas apropiado y al final escoge agarrarme por la mano izquierda con su derecha que alguno de los otros dos une con una tela.

Bajo el manto ni siquiera la penumbra me distrae por que el tejido pesa y se amolda al cuerpo como una segunda piel. Sin embargo no me crea ansiedad o reparo. Bajo esta oscuridad mis sentimientos refuerzan la calma. Hay imagines grises o imágenes con color y asiladas estas se muestran mas especiales. Durante un rato el espectro se adapta a la nueva percepción y se intercambia de los sentidos cotidianos a los que miran al interior y bullen las respuestas preguntándose si al final saldrán a la luz.
Enmarcan la simple pregunta de quien soy. Enunciada muchas veces. Contestada muchas veces. Creo que en falso. O equivocada.

Desde que desperté de nuevo de forma imposible es el regusto de la confusión ampliada  de lo que abarco.
Sí, respiro y siento que valor tienen los recuerdos que también han visto que muero.
Esta incongruencia es la grieta a la alegría por que suma la duda de que es real y la que por que es real.
Estos impulsos vagan por una mente inquieta que no se comprende a si misma en su existencia pero que no puede seguir sin saber por que existe. El seguir avanzando sin el por que es el peor de los caminos a escoger.

Es la verdad encerrada en este cuerpo bajo tinieblas. Las fúnebres exigencias de mis propias exequias.
Auristrata tira de mis incertidumbres tomándome del brazo que nos conecta.

Noto el vuelo del manto recogido a mi espalda en las dos puntas sostenidas con concisa coordinación.
El paso de mi guía me conduce hacia el siguiente lugar.

Las honras suelen celebrarse en la propia casa pero no tengo un hogar aquí y la casa común es donde debía ser velada.

Me hubiera agradado no marchar de donde viven los Kouretes pero es imposible. Este es un hogar de nacimientos y los difuntos no pueden reposar entre estos muros.

Me pregunto que existencia he tenido en la las mentes de estas personas hasta este momento en el que ya no hay duda del peso que es mi carga.

La procesión que guía Auristrata persigue trasladarme de un lugar a otro pero guarda algún significado mas que se me escapa.

Metis y Enipeo parecen una escolta demasiado seria para algo tan nimio y Auristrata, en cierto aspecto inexplicable me da miedo desde que coloco su siniestro casco. No me acompañan unicamente sus formas corpóreas si no mas allá de la imaginación los amplia con el peso de sus espíritus.
En el camino los siento atentos y tensos. Introduciéndose entre los pliegues de muros del sonido de los susurros y de las medias voces. Sin verlos siento la opresión de decenas de miradas quizás todas las de este lugar.

Algunas son neutras, las mas ansiosas, algunas, pocas, tristes y es patente mas de un par de enfadados que intentan alcanzarme y son conminados a desistir a punta de lanza.

Me mueven por una atmósfera de emociones vivero de expectación contenida que se extiende por entre las personas con las que nos cruzamos.
No las notos sorprendidas ante esta procesión imposible en la que ven que el muerto anda, aunque me asalta la duda de si lo que ven es ciertamente un difunto.

Debajo del paño de la Mortaja todo lo externo parece irreal y aunque sienta el peso el peso del impacto de los pasos y el ruido de mi respiración la mayor parte de lo que percibo gira como un sueño.
Me doy cuenta de la ola opresiva que la linea de la duda que empezó con mi primer pensamiento lucido después de que no debiera haber ninguno y se reparte en los demás, en cada uno de los corazones de los que contemplan esta imposibilidad con temor de mil latidos o diez mil no por desconocido si no por lo profano.

No es como lo han vivido con anterioridad.

El devenir de esta ordalía se alarga mas de los que puedo definir con precisión y el sentimiento colectivo me cala dentro mas aun por que es compartido.

Su emoción es esperanzada como los que aguardan las ultimas noticias en un parto pero no por espontaneo lazo con el jubilo que comporta si no por el impactante respeto reverencial a las fuerzas que están implicadas y se mueven en el filo de lo que comprendemos y cuya respuesta es segura y posiblemente adversa.

No son primerizos en ello pero alumbran un cierto hilo de desconcierto desprendido de la madeja que conocen y que los abruma con el asombro y la consternación que se filtra en sus voces y sus silencios.

Cuando Auristrata me pide que levante un pie despacio esta claro que hemos llegado. Me hace ascender los doce peldaños de la escalinata del Lar de los Procederes y después de unos pocos pasos mas un cierre de madera y metal sella la estancia y se lleva el murmullo envolvente.

El olor del ciprés se filtra por entre los poros del sudario y los cortes del velo.

Entonces mi guía me detiene y se vuelve a dirigir a mi como si fuera a otra persona:

- Junto a las aguas del reposo te conduzco. Restaura tu alma aunque pase por bajo la sombra.
Cercana eres de la benévola muerte que ni tardara ni podrás evitar.
Aquellos que mantienen por triplicado su juramento, conservando sus almas limpias y puras, jamas dejaran que sus corazones sean manchados por el mal y la injusticia y la venalidad brutal de los olvidan que son, a quien pertenecen y cual es su lugar.

Con destreza rasga las uniones de las sandalias de mis pies y me descalza descubriéndome el tacto de un suelo de piedra mas rugoso de lo que esperaba. Esta repleto de aristas que se trasladan como aguijones severos en las plantas de mis pies.
De un lugar indeterminado difuminado por el eco Auristrata me habla en este día por ultima ocasión.

- Ve y ocupa tu lugar.

No entiendo lo que me pide y por un rato espero muda y quieta en la mas profunda ausencia de sonido.
El silencio es hueco y bajo la mortaja y el velo reverbera, amplificando el golpeteo en los oídos de la liquida melodía de mi pecho, un ritmo intranquilo de que se acompasa con el paso del tiempo.

Por simple razón e intuición me es conocido que no es aquí  parada donde me tengo que encontrar.
Arranco un ligero paso con el tanteo de avance de un solo pie y sigo sintiendo el mordisco del pavimento pero este desaparece en el siguiente y en el siguiente y el contacto plano y terso aunque parezca paradójico es su vacío el que me altera. Consiste en una súbita sensacion de perdida como estar en caída sin la guía de ese dolor tan tonto.

Por pura respuesta inconsciente reculo hasta que mis talones se retuercen en el empedrado mellado e incomodo. A partir de ahí el caminar se dirige en la calma que otorga que si duele la senda es correcta.

Camino y camino por el trazo abrupto sumida en pensamientos entre la duda y el foco.

Mis pies tardan poco en acostumbrarse a la guía y me voy apercibiendo que lo que en principio creí rudo y tosco esta conscientemente tallado y al final se me presenta como letras.
Un glaciar esculpido de escritos diferentes mas grandes y mas pequeños, mas antiguos y mas recientes. A veces en las circunvoluciones se incrustan contornos metálicos de tal impresión fría que parece que hablaran a través del tacto.

No es muy amplio pero si da muchas, muchas vueltas sobre un centro cada vez mas próximo.
Cada vez es mas claro que hay un objetivo y que no alcanzarlo por la huella dispuesta es la mayor falta y irrespeto.

La glosa es la cuenta de los años comentada en los individuos que han formado parte de este rio de hermanos desde el principio. El metal es impronta. Mas abundante cuando mas me acerco a la fuente de su nacimiento.

Sobre el arrastro nuestra huella, impregnándola de pequeñas manchas de sangre vertida de las pequeñas heridas producidas en mis plantas.

De repente el camino acaba abriéndose en una explanada en la que el mensaje del roce cambia. Grandes Nombres unidos a los otros indefectiblemente por parto y llama desde el Aire al Cosmos.

Encuentro la médula sagrada de la casa y de la ciudad, paralelo al eje del Árbol.

El retumbar en mis oídos de mi corazón es asfixiante y el dolor de los aguijonazos en mis pies como un faro.
Estoy en un lugar donde este batir de emociones se culmina y cuando creo que me voy a disolver en ello cede al retirarse el manto de mi mortaja.

El aire fresco de un gran recinto pétreo me baña infiltrando de una ilusoria oscuridad que se retaza en penumbras.
Manos rápidas en invisibles a través del velo extienden la tela a mis pies fugazmente desvelando ricos dibujos bordados de la antigua guerra y de la que no acaba.
El cuadrado del tapiz se extiende por completo para tapar la piedra que hasta entonces fue el final de mi camino. Entiendo entonces que no he llegado allí y solo lo he hollado.

Las luces de los reflejos dorados, plateados y broncíneos me lo cantan alrededor con una voz de luz silenciosa e indesdeñable. Incluso los pocos, los muy pocos brillos de la aleación transformada mas vil y tétrica.
En el crepusculo a través de las hebras que me coronan se muestran los objetos que intuyo al final serán mis compañeros.

Un bacín pálido de porcelana color hueso con tapa y una bandeja con frutas y quesos curados en esquinas opuestas.
Un brasero lento y perfumado y un poste de la altura de un hombre entronizado con el yelmo con el que Auristrata me trajo hasta esta aquiescencia mirándome sin estar vacío en la diagonal contraria.

Recuerda a una isla en un mar difuso o una jaula de paredes imperceptibles pero no imaginarias.

¿Es mi Prisión o mi Fortaleza?

El chasquido de una o dos puertas de imprecisa ubicación me responden que la cuestión la resolveré en soledad.
Pero no sin acompañantes. Una banqueta de Ébano y Ciprés profusamente tallada me contempla esperando a sus ocupantes entre las tinieblas fuera de mis últimos dominios.

Me siento en el suelo a espera. Pronto empezar a llegar los invitados al funeral.


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