6/1/11

En Silencio

Ofrece el camino esas delicias, que si eres un crío, recoges recorriendolo una y otra vez sin preocupación a través de su ascensión.
Disfrutándolo sin mas objetivo que el paseo y el descubrimiento, que para los adultos ya es complicado emprender en otra vez.

El lugar es precioso. De los que siempre guarda nuevas sorpresas.
También es tranquilo y agradable. Sin distracciones.

Sin embargo, Annette hoy no me quiere soltar la mano. Me acompaña muy firme y atenta, a su manera infantil y sin tapujos, plenamente comprometida con lo que intuye puede hacer.
Mi niña crece. Lee en mi. Hoy sabe que me cuida.

Siempre dejamos el coche de alquiler en las arboledas junto al puerto. Bajo la sombra refrescante y lejos, lo suficiente, como para poder disfrutar la glosa de vida reposada de este rincón del terruño griego.
Este día, el Otoño es el que se merece de un esplendido Verano y las hojas, en la templada bonanza, cantan en dorado y verde con la ayuda de la brisa del mar Mediterráneo.
Nace aquí la vida. Es lo que recupero siempre.

Pero en esta ocasión se obvian las alegre charlas y las risas cómplices. Los encuentros costumbristas quedan reducidos a fugaces miradas y fría cortesía en los saludos.
No se evita la ruidosa marea mental ni con el viaje ni con el encargo de las labores cotidianas ni de lo banal y diligente. Mi parte de la mente en el fondo se esta haciendo responsable de ello y excepto por los breves destellos de amor atendido el resto de mis pensamientos el principal no ha parado de alimentar el silencio, dándole vueltas a ... que decir.. a pensar y pensar.

Annette esta intuyéndolo y ve a atreves de mi la preocupación y yo la he sonreído apagandolo al coger su mano cada vez menos niña hasta la puerta de la Familia de Olympia que en definitiva también es la de Pola.

Permanece perenne sobre la villa el manto de la vida del que nace el bullicio de la cocina, el colorido de la colada o el parloteo incesante de los niños. Esta es una casa fuerte, que se nutre de las fortalezas de la familia que la habita. Como el tierno aroma del pan horneado en la memoria.
Annette se siente confusa entre sus deseos y su sentido del deber y enseguida la libero de su auto impuesta responsabilidad.
Me deja con otros que me pueden guardar. Adultos y por lo tanto para su mundo mas capaces de lidiar con lo que sea que me preocupa.
Corre a abrazar a sus primos y amigos, exultante como portadora de nuevos y brillantes regalos para todos ellos. La veo brincar con la voluminosa bolsa dedicada a su benefactor papel y aunque en algún lugar sonrío la respuesta en mi rostro neutra solo es neutra.

Mientras personas amables y sonrientes me acogen. La madre de Olympia me presenta de la mano a una de sus hermanas y durante unos minutos existo en un liviano intercambio civilizado de saludos, cariñosas palabras y matices de amor.

No puedo controlar en el abrazo a Olympia el desborde de emoción y por segundos tiemblo por dentro rezando para que estas preocupaciones no se contagien. Por la gracia de la Diosa es breve. Ya ha cesado cuando beso en las sombreadas de barba mejillas a Pola.
Es futil intentar mentir cuando se cruzan las miradas pero al menos si se puede graduar el mensaje. No llenarlo de alarma si no de seriedad e intimidad. Con el tiempo aprendes.
Pola me conoce. Me ha mirado antes a los ojos. No aspiro a otro tipo de mirada que no sea la que ya se ha hecho adulta pero si esa que retorna que me entiende y que me conoce lo bastante para saber que no recorro el mundo por naderías y que también sabe que se me da muy mal dejarlas claras. Le basta para asentir prometiendo un luego y dejar la cuestion para que se asiente. La maestría se la ha ganado y el conocimiento del pulso del caos creo que al final me incluye.

El lapso entre la llegada y la comida es agradable aunque lo pase la mayor parte ayudando en la cocina, echándole un ojo a los niños alborotados y contemplando el mar devatiendose entre los tonos de zafiro y lapislázuli.
Mecánicas sin palabra. En ellas el hilo de mis pensamientos no molesta al tiempo que no se deja ser traicionado. En el que mis sentimientos confundidos toman posición por dentro al otro lado de la piel.

Alguien, creo que Olympia, pone té reconfortante en mis manos mientras el tiempo sigue y pasa.
Él esta. Va y aparece por aquí y por allí. Resuelto. Ha vuelto.

Delgado como tras haber estado enfermo. Enjuto como los cuidados de Olympia y Jeane y toda la familia de Pola no le llegan a evitar.
Le calzan indisimulables ojeras bajo la mirada muestra del cansancio de no muy buenas noches. Sonríe, lo que es buena señal, pero no se puede evitar pensar si le cuesta.
Si Naima me advirtió que ir a donde él fuera me robaría el soñar aun estando fuera, te preguntas: por lo que ha adquirido ¿que precio ha debido de pagar?.
Casi atardece con placidez en el mar vertido de oro rojizo al poniente cuando lo busco con tranquila paciencia.

Traza su silueta ondas que descabalgan en el contraluz. Como la luz de muchas tardes. Sencilla. Sus labios enarcan la curva hacia arriba.
Le espero. Me compongo y alzo la entereza ante los naufragios verdaderos y los imaginarios. Imaginar emociones sobre las reales las mancha por experiencia. Mejora con lo mas simple.
Le amo. De una de las francas maneras en las que se puede hacerlo. Y me abordan para siempre las sensaciones de ello.

No dudo que mi hija es mejor en esto que yo. La arman la inocencia y el corazon sincero de la niñez. Y olvida el silencio.

Él esta en el sendero con la mirada concentrada. Me acerco a él como una niña. Quiero darle la mano y mi apretón empiece a cuidarlo lejos de la confusión.
Le quiero. De forma insistente y consistente. No en vano quien me ha enseñado a amar, si no él. Simplemente, Amando a los que ama.

Me siento a su lado abandonando las sandalias por que aquí toco sagrado y mi mano se alarga todo lo que ha dado jamas mi brazo.
Ofrecida no, por que en ese instante ya no es mía si no suya, si no mostrada.
Componiendo mi estampa de una forma en la que no es fácil verme, abierta, seria y jovial, bizquita supongo, aunque él no me lo dirá. Dispuesta entre los bucles oscuros a lo que en otras circunstancias y universos seria un sentido beso pero que aquí, entre nosotros, se significa en lo mismo pero distinto y con otro ceremonial.

Busco las palabras y por una vez lucho encarnizadamente que una de ellas no sea "yo". Busco que no sean unicamente remedios para curar el silencio.
De mi cintura saco el pequeño poemario que antes de marchar fue uno de sus regalos. Masnavi-ye Manavi y Dīwān-e Kabīr escogido traza en la piel de su portada.
Por un instante flota ante nuestras miradas hasta que descansa en los dedos de mi mano levantada.

- Saben como ayudarte, Franta - brotan lentamente de mi boca las asesinas de los silencios como si fueran una explosión delicada, llena de matices y referencias ampliadas mas allá de los versos, hasta lugares y personas y entes que nunca estarán lejanos.

- Cuenta con ello. Cuenta. - termino con suave alborozo, demasiado traslucido para engañar a cualquiera de cual es su profundo origen.

Y le invito a sentarse bajo la broncíneas luces mientras el día completa su trance.
Y se sienta.
Lo que dijera o no. Lo que contara o no. Lo que hiciera o no, pertenece al elocuente misterio de un Maestro.
Franta.